Tal día como hoy, 13 de mayo de 1940,
después de que Winston Churchill se convirtiera en líder del
Gobierno de la Coalición Británica, da su primer discurso como
primer ministro, diciendo a la Cámara de los Comunes británica: “No
tengo nada que ofrecer más que sangre, trabajo, lágrimas y sudor”.
El 10 de mayo de 1940, Winston
Churchill es nombrado primer ministro del Reino Unido. Su
nombramiento llega tras la dimisión de su predecesor, Neville
Chamberlain, a consecuencia de las repetidas derrotas del Reino Unido
frente a la Alemania nazi, ya que ocho meses antes daba comienzo la
II Guerra Mundial.
Alemania había invadido Polonia,
Noruega y Dinamarca, resultando los esfuerzos británicos por
evitarlo, inútiles. Las tropas enviadas para socorrer a Noruega
habían fracasado y la estrategia de los alemanes de expandirse para
evitar el bloqueo inglés del suministro de hierro sueco, habían
puesto en evidencia al Reino Unido.
En un contexto marcado por el miedo, la
incertidumbre y la decepción, Churchill llega para tomar el mando
del país. El 13 de mayo acude a la Cámara de los Comunes por
primera vez como primer ministro. Un hombre poco querido entre los
diputados y con voz desagradable, la llegada de Churchill a la Cámara
no fue recibida con demasiado entusiasmo, aún menos si consideramos
que su predecesor poseía un gran carisma.
Con todo en contra, pronuncia su primer
discurso como primer ministro. Siendo conciso, comienza haciendo un
resumen del contexto en el que se encontraban y se disculpa por las
formas en las que se dirige a la Cámara, sin el ceremonial
correspondiente.
Sin duda, uno de los puntos del
discurso en los que hace patente su conocimiento de la realidad y del
momento delicado que viven. Y entonces pronuncia la frase que ha
quedado para la posteridad:
“Yo diría a la Cámara, como dije a
todos los que se han incorporado a este Gobierno: No tengo nada más
que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor.”
Una declaración que brilló por su
honestidad, y que hoy en día aún lo hace. Honestidad frente a
promesas de un futuro brillante, el primer paso para convertirse en
un líder. Algo que la ciudadanía valoró y que hizo que le
escucharan.
Supo poner ante los ciudadanos todo lo
que tenía, su trabajo. Palabras que ya tenían un gran recorrido
histórico, pero que el supo aprovechar; “¿Cuál es nuestra
política? Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por
aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos
pueda dar…”
Tras hacer un mapa claro y realista de
la situación y de la problemática a la que deberían hacer frente,
da un paso más y definitivo en su definición como líder,
demostrando que tiene las ideas muy claras en cuanto a lo que debe
hacer el Reino Unido.
Siendo determinante, dejando claro que
la victoria no sería fácil, pero que era la única opción si
querían conservar sus vidas. “¿Cuál es nuestra aspiración?
Puedo responder con una palabra: Victoria, victoria a toda costa,
victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que
pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia.”
El broche lo pone con su llamada a la
unidad nacional, esencial para poder hacer frente a un enemigo tan
potente, pero también con el conocimiento de que las penas
compartidas son menos penas. “Venid, pues, y vayamos juntos
adelante con nuestras fuerzas unidas”
Por su honestidad frente a las
ilusiones, por su elevada emotividad frente a la frialdad de un
sinfín de datos y por su capacidad de liderazgo en momentos
sumamente difíciles, el discurso de Churchill fue magistral.
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