Tal día como hoy 7 de septiembre de 1191, tiene lugar la Batalla de Arsuf, con victoria de Ricardo I de Inglaterra sobre las tropas de Saladino.
La batalla de Arsuf, tuvo lugar durante la Tercera Cruzada entre las fuerzas cristianas de Ricardo “Corazón de León” y las musulmanas de Saladino en el actual Israel, tras tomar Ricardo la ciudad de Acre después de un prolongado asedio y cuando se dirigía a la ciudad de Jaffa, que facilitaría la reconquista de Jerusalén.
Participaron en la Tercera Cruzada, los reyes de Francia, Felipe Augusto y Ricardo “Corazón de León”, a los que habría que añadir Federico I, Barbarroja, emperador de Alemania.
El 12 de julio, se consiguió reconquistar Acre tras dos años de sitio, pero Saladino no estaba lejos y Ricardo consciente de que iba a hostigar a sus columnas, las organizó en orden de batalla repartidas en cinco grandes cuerpos de ejército.
Saladino decidió por fin efectuar un ataque sorpresa y esperó al ejército de Ricardo en el bosque de Arsuf, que se extendía sobre las laderas de la montaña, frente al mar.
El ataque se produjo de forma brutal y los musulmanes surgieron de los bosques; arqueros sudaneses, beduinos a pie y a caballo y los temibles arqueros turcos, pero a pesar de la lluvia de flechas y de los repetidos asaltos, la columna cristiana resistió.
Todos esperaban la señal de Ricardo - seis toques de trompa - para contraatacar y cuando la vanguardia llegó a los muros de Arsuf, se dio la señal y los cruzados pasaron de la defensiva a la ofensiva.
Ricardo ordenó una segunda carga y luego una tercera y los cruzados Hospitalarios y los franceses, causaban miles de bajas en las filas enemigas y penetraron profundamente entre los sarracenos, quienes huyeron en retirada, consiguiendo los cristianos una victoria completa.
La victoria de Arsuf, la única gran batalla de la Tercera Cruzada, elevó la moral de los cristianos pues se había destruido el mito de la invencibilidad de Saladino y los cruzados solo perdieron unos 700 hombres en la batalla.
Tras esta victoria, Ricardo tomo Jaffa, convirtiéndola en su base principal de operaciones, hasta que finalmente los altos costes del conflicto convencieron a ambos bandos de empezar a negociar llegándose a firmar un tratado de paz en junio de 1192.
Según el acuerdo y a pesar de la victoria militar cristiana, los cruzados conservaron solo la franja costera entre Tiro y Jaffa, consiguiendo la garantía de que sus territorios no sufrirían ataque alguno durante tres años y la libertad de sus peregrinos para visitar Jerusalén.
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