Tal día como ayer 21 de septiembre, se celebró el “Día Internacional del Alzhéimer” elegido por la OMS y la federación internacional de esta enfermedad.
El mal de Alzheimer - cuya causa es desconocida - se manifiesta como deterioro del conocimiento y trastornos de conducta y se caracteriza por una pérdida progresiva de la memoria y otras capacidades, a medida que las células nerviosas mueren y distintas zonas del cerebro se atrofian.
La enfermedad suele tener una duración media de 10 años, aunque esto puede variar en proporción directa con la severidad de la misma o el momento del diagnóstico, siendo – hasta ahora - incurable y apareciendo con mayor frecuencia en personas mayores de 65 años, aunque se dan tambien casos en edades más tempranas.
El síntoma inicial es la dificultad para recordar y a medida que avanza el proceso, aparece confusión mental, agresividad, cambios del humor, trastornos del lenguaje y deseo de aislarse. Luego se pierden las funciones biológicas y finalmente lleva a la muerte, sin que exista tratamiento definitivo que retarde o detenga la enfermedad.
El avance de la afección puede ser más rápido o más lento en función del entorno. Son “aceleradores”: el estrés familiar, los cambios en las rutinas diarias, o los cambios de domicilio y, se consideran “retrasadores”, un ambiente familiar feliz, hacer ejercicio y relacionarse con personas.
El grupo de empresas Grifols del sector sanitario, anunció el 19 de septiembre de 2012 el ensayo clínico en humanos de una vacuna contra el Alzheimer que llevó a cabo durante el primer trimestre de 2013.
Tras pasar la fase de experimentación animal, está pendiente de aprobación por la Agencia Española del Medicamento y está pensada para pacientes clínicamente sanos para que estimule su sistema inmunitario.
La previsión es que sería un "éxito rotundo", porque lograría ralentizar la enfermedad y elevar la calidad de vida de sus pacientes.
Uno de los principales objetivos de las decenas de medicamentos que se han ido desarrollando a lo largo de estos últimos 15 años ha sido el de disminuir la acumulación de proteína amiloide en el cerebro, considerada una de las bases patológicas fundamentales del Alzheimer, así como frenar la desestructuración neuronal que provoca la enfermedad.
Aunque algunos de estos fármacos han tenido efectos positivos en la “limpieza del cerebro”, en cuanto a disolución del amiloide, no han mejorado el estado cognitivo de los pacientes. Es decir, no han conseguido revertir o frenar los síntomas de la enfermedad.
El Alzheimer afecta a mas de 25 millones de personas en todo el mundo, con algo más medio millón en España, y se trata de una patología que afecta al 10% de los mayores de 65 años y al 25% de los mayores de 85.
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