La Santa Alianza, fue un acuerdo político y religioso mediante el cual, los monarcas se comprometen a ayudarse en caso de insurrecciones populares, para garantizar la paz en el continente y oponerse a los avances del liberalismo.
Según el acta, los gobiernos que lo firman tienen ésta responsabilidad ante la Divina Providencia y quedan, deliberadamente fuera, las potencias no cristianas como el Imperio otomano. Austria y Rusia se configurarán como las grandes potencias y Prusia ganará poder en la zona del mar Báltico y dentro de la Confederación Germánica.
Desde el año 1815, la Santa Alianza, luchó contra los revueltas liberales en Europa e interfirió en la política colonial de los países ibéricos, a favor de la re-colonización.
Fue firmado, tres meses más tarde de la conclusión del Congreso de Viena, a iniciativa del Zar Alejandro I, Rusia, Francisco I de Austria y Federico Guillermo III de Prusia, que aunque de naturaleza política, formalmente sus signatarios se guiaron por principios de carácter religioso, es decir, los de la religión cristiana.
La Santa Alianza, tuvo como objetivo primordial el mantenimiento del “statu quo” del absolutismo en Europa tras la caída de Napoleón, e impedir el surgimiento y propagación de movimientos revolucionarios o liberales, en cualquier parte de Europa.
Tras la incorporación de Inglaterra meses más tarde -Cuádruple Alianza - y de Francia en 1818 -Quíntuple Alianza - se celebraron varios congresos, que sirvieron para garantizar el mantenimiento del compromiso y controlar la situación internacional.
La Alianza intervino en diversas ocasiones, así sucedió en 1821 cuando las tropas austríacas intervinieron en Italia para restituir el absolutismo en el Reino de las Dos Sicilias, o con la intervención de las tropas francesas en 1823 en España.
En esta última los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis” terminaron con la experiencia constitucional del denominado Trienio Liberal -1820-1823 - y restauraron al felón Fernando VII, como monarca absoluto.
Rusia empezó a mostrar dudas sobre la conveniencia de la Alianza, al no intervenir en Grecia y, tras la muerte del zar Alejandro I en 1825, su sucesor Nicolás I, detcidió apoyar a los griegos sublevados para debilitar al Imperio Otomano y evitar que británicos y franceses fuesen los únicos aliados de Grecia.
Esto mostró una fractura irremediable en la Alianza, que prácticamente quedó inactiva desde entonces.
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