A partir del siglo XVI, los protestantes de Francia tuvieron problemas en su relación con el poder real. Los protestantes debían el reconocimiento de sus derechos, más a los decretos soberanos, que a una auténtica tolerancia o pluralismo religioso. La constatación de que el monarca, tenía la autoridad para revocar derechos concedidos, provocó recelo y desconfianza hacia los gobernantes.
Bajo Luis XIV de Francia de 1643 a 1715, los protestantes perdieron los derechos obtenidos bajo el rey Enrique IV de Francia, el trece de abril de 1598.
Aunque el rey Luis XIV no había sido traicionado por los protestantes, durante los disturbios de la Fronda, su preocupación esencial en materia religiosa, fue la unidad de la fe en el Reino.
Para llevarla a cabo no deseaba, sin embargo, utilizar la coacción ni la presión, sino hacer respetar lo que habían obtenido en reinados anteriores, aunque sin hacer más concesiones. Esta política de moderación, fue auspiciada por su ministro de Finanzas Colber
Conocedor el rey de la importancia económica, que suponía la activa comunidad protestante francesa, calculada hacia 1660 en más de 1.500.000 almas. El método para conseguir la unión de las Iglesias consistía, por consiguiente, en crear un ambiente de acercamiento, para que los reformados volvieran al catolicismo, por sí mismos.
La aplicación restrictiva del edicto de Nantes, según la cual quedaba prohibido todo lo que no estuviese autorizado, se tradujo, sin embargo, en la represión de determinadas prácticas religiosas, e incluso laborales de los hugonotes (limitación a doce del número de participantes en bodas y bautizos, facilidades para la conversión de los jóvenes, prohibición del acceso al grado de maestro, de los artesanos hugonotes, etc.).
Las conversiones al catolicismo no llegaron. A partir de 1679 la actitud de Luis XIV se endureció, aunque las causas deben encontrarse en las dificultades políticas, más que en su personal evolución religiosa: Durante la guerra de Holanda, el rey chocó con la coalición de las potencias protestantes, a quienes pedían ayuda los hugonotes franceses.
Por estas razones, entre 1679 y 1685 se añadieron una serie de decretos al edicto de Nantes con vistas, a vaciarlo de contenido: como la exclusión de los hugonotes de todos los cargos, y del ejercicio de ciertas profesiones liberales, autorización para las conversiones de niños, a partir de los siete años y prohibición, de los matrimonios mixtos.
A esta presión amparada por las leyes, se sumó la ejercida por las fuerzas del ejército real que, abusando del derecho de alojamiento, al paso por poblaciones y casas de hugonotes, coaccionaron de tal manera a estas comunidades, que muchas de ellas abjuraron en bloque, y prefiriendo la conversión casi forzosa al catolicismo.
La culminación de este proceso, tuvo lugar con la firma por el rey del edicto de Fontainebleau en 1685, que significaba la supresión y revocación del edicto de Nantes de 1598.
El contenido del edicto de Fontainebleau, expresaba, en primer lugar, la satisfacción regia por la conversión de los protestantes. Cumplido el fin que se perseguía, se prohibía a los súbditos de la religión protestante, toda reunión para la práctica de los cultos y ritos de la misma, la expulsión de todos aquellos que no abrazasen el catolicismo, y el bautizo forzoso de los niños, que nacieran a partir de la publicación del edicto.
La decisión de Luis XIV fue recibida con júbilo por la opinión católica, sobre todo por los círculos oficiales. Sin embargo, la cuestión protestante no se resolvió de inmediato: muchos hugonotes se exiliaron en los países protestantes, mientras que los conversos practicaron en el interior, una resistencia de carácter pasivo. Pero los súbditos del rey fueron obligados a adoptar la religión del rey.
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