viernes, 1 de noviembre de 2024

El explorador español Gaspar de Portolá, descubre el golfo de San Francisco.

 

Tal día como hoy, 2 de noviembre de 1769: En Estados Unidos, el explorador español Gaspar de Portolá, descubre el golfo de San Francisco.

De ascendencia noble, Gaspar de Portolá y Rovira, nació en el seno de una familia que había recibido título nobiliario, en los últimos años del siglo XVII.

Gaspar de Portolá, era ya un experimentado militar curtido en Italia y en la campaña de Portugal, durante la Guerra de los Siete Años. Pronto este militar ilerdense,  buen amigo de Fray Junípero Serra, fue enviado por el marqués de Croix, al mando de un regimiento, para pacificar la región de Sonora.

El virrey de Nueva España,  eligió a Portolá para comandar la expedición militar para ocupar San Diego y Monterrey. Dicha expedición estaba dividida en dos secciones: una marítima, (con dos barcos, que navegaron de forma separada) y otra terrestre. 

Esta última también se dividió en dos partes: la primera estaba mandada por el capitán, de la Compañía de cuera de Fernando de Rivera y Moncada, llevando en su compañía al franciscano Juan Crespi, al piloto José Cañizares, veinticinco soldados y numerosos indios de las misiones jesuitas.

La segunda fue mandada, por el gobernador Portolá, llevando en su compañía a fray Junípero Serra y al sargento José Francisco de Ortega. También formaban parte de la expedición, varios soldados de cuera y criados e indios, de las misiones que guardaban las numerosas mulas, que transportaban los víveres y otras cargas.

El grupo, que había salido de Loreto el 9 de marzo de 1769, siguió los pasos de la primera partida, alcanzando el puerto de San Diego el 29 de junio. Portolá y Serra se unieron con todos los expedicionarios de tierra y mar, aunque numerosos marinos estaban enfermos a causa del escorbuto y varios sirvientes, de las partidas terrestres habían huido durante el tránsito, por la península de Baja California, decidieron que un grupo prosiguiera las exploraciones, para buscar el puerto de Monterrey.

Esta última expedición, salió hacia la Alta California en mayo de 1769 y fue dirigida por Gaspar de Portolá. Fray Junípero Serra, viajó con esta partida que marchó hacia el Norte, pensando que podría encontrar la verdadera bahía de Monterey, o en su defecto, la Bahía de San Francisco de Cermeño. Portolá no localizó el puerto de Monterrey y pasó de largo, en dirección a lo que luego serían Santa Cruz y San Francisco. El 1 de noviembre de 1769, los expedicionarios terrestres lo describieron así:

“Divisamos desde la cumbre una Bahía Grande, formada por una punta de tierra que salía mucho la Mar afuera y parecía Isla, acerca de lo cual se engañaron muchos en la tarde antecedente. Mar afuera como al Oeste noroeste respecto á nosotros, desde el mismo sitio al Sudueste de la misma punta, se divisaban siete Farrallones blancos de diversa Magnitud. Siguiendo la Bahía por el lado Norte, se distinguían unas barrancas blancas, y tirando así al Nordeste se veia la boca de un Estero, que parecía internarse la tierra adentro” .

El 2 de noviembre un grupo de avanzada, llegó a la cima de una colina y vio ante sí una gran extensión de agua. La expedición de Gaspar de Portalá Rovira, acababa de descubrir la bahía de San Francisco. En un primer momento, los exploradores lo identificaron con la bahía de Cermeño, pero el puerto que al que acababan de llegar, iba a ser mucho más trascendente, para los intereses de la Corona, que lo que la bahía de Monterrey, jamás podría llegado a ser. 

La abundancia de agua potable, leña y lastre, el clima frío y saludable, la escasez de molestas nieblas, y la afabilidad de los indios que encontraron, hacían de él un lugar perfecto para un asentamiento.

El 17 de septiembre de 1776 se establecía el Presidio. Días después el padre Francisco Palou consagraría la Misión a San Francisco de Asís. El “Gran Puerto de San Francisco” como pasaría a conocerse la escondida bahía, fue definitivamente asentado sobre el mapa para orgullo de la Corona española, aunque las amenazas extranjeras continuarían truncando la calma del Pacífico. El ansiado puerto, se convirtió en la escala necesaria entre el Norte y a las Filipinas.

El Padre Juan Crespí, cronista de la expedición, anotó la existencia de unos “árboles muy altos de color rojo” que recordaban a los cedros. “Estos árboles son muy numerosos en la región”, proseguía Crespí. Como nunca se habían observado especímenes de esa especie, fueron bautizados escuetamente como “palos colorados”, equivalente a “troncos rojos”, denominación que luego dio origen el inglés “redwood”. Esta escueta anotación es la primera prueba documental del avistamiento por parte de europeos de secuoyas, o más concretamente de secuoya roja o de costa.

La expedición de Gaspar de Portolá, estableció un campamento al pie de una inmensa secuoya que fue bautizada con el nombre de “el Palo Alto”, denominación que con posterioridad dio nombre a la ciudad de Palo Alto, que perdura en nuestros días, y lugar donde se encuentra el llamado Silicon Valley.

Posteriormente,  la llegada de bastimentos a San Diego  animó a Portolá, a emprender la búsqueda de Monterrey, esta vez por mar y por tierra. El resultado fue afortunado, tomándose posesión del puerto de Monterrey, el 3 de junio de 1770, donde siguiendo  órdenes reales, fundó un presidio y una misión con el nombre  de San Carlos Borromeo

En atención a sus servicios, le fue concedido el ascenso militar a teniente coronel, en abril de 1771. En 1772 partió hacia España, donde estuvo tres años. En 1776 se encontraba de regreso en Nueva España, donde se le despachó el cargo de gobernador político y militar de la Puebla de los Ángeles, con fecha 9 de junio de 1776, que ocupó hasta 1785. En 1777, fue ascendido nuevamente a coronel.

Partió definitivamente a España, como agregado del Regimiento de Numancia en 1785. En 1786 fue trasladado a Lérida, donde dictó testamento en mayo del mismo año. Allí murió el 10 de octubre de 1786, siendo celebrado su funeral, en la parroquia de los militares, San Francisco de Asís, donde seguidamente fue enterrado.

La actual ciudad de Portolá, en la bahía de San Francisco, le debe su nombre.

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