Tal día como hoy 11 de diciembre de 1792, en la Convención Nacional francesa, comienza el juicio contra el rey Luis XVI de Francia, acusado de traición, proceso que durará hasta el 19 de enero de 1793 y Luis XVI será condenado, siendo guillotinado el 21 de enero.
Este día, la Convención o Asamblea Nacional francesa, acusó formalmente de traición a Luis XVI, el antiguo rey, preso en el Temple, antiguo castillo templario situado en París, tras el motín que se produjo el 10 de agosto, que había derrocado la monarquía para dar paso a la República.
Luis XVI entró en la sala de Convención, conducido por el comandante de la Guardia Nacional de París y antes de tomar asiento, el presidente del tribunal le dijo: “Luis, la nación os acusa y la Asamblea Nacional ha decidido juzgaros”.
El 26 de diciembre, se abrió el proceso con la exposición de las pruebas de cargo. Los girondinos,- grupo político moderado - deseaban evitar su condena a muerte y por ello reclamaron que la sentencia fuera ratificada por el pueblo, pero Robespierre respondió advirtiendo que un llamamiento al pueblo comportaría la guerra civil.
Unos y otros trataban de convencer a la mayoría moderada de la Asamblea y el 15 de enero tuvo lugar la primera votación, en la que a la pregunta de si Luis XVI era culpable de conspiración, 691 diputados de 749, contestaron que sí y no hubo ningún no. La suerte de Luis XVI estaba echada: el rey debía morir.
La mañana del 21 de enero de 1793, recibida la comunión, Luis, llamado Luis Capeto por los revolucionarios y todavía rey de Francia, confió el encargo de dar el último adiós a sus parientes y abandonó el Temple en carroza y a las diez y cuarto de la mañana, el condenado llegó al lugar en el que se encontraba instalada la guillotina, la entonces llamada Plaza de la Revolución.
Al bajar de la carroza se quitó la chaqueta y algunos guardias trataron de atarle las manos, pero Luis se negó indignado: “Haréis lo que se os haya ordenado, pero no me ataréis nunca” y una vez alcanzado el patíbulo, el verdugo Sanson le cortó la coleta y finalmente, tuvo que acceder a que le ataran las manos.
Tras todo esto, Luis hizo ademán de volverse hacia el pueblo de Francia siendo detenido en el intento aunque llegó a decir “¡Pueblo, muero inocente de los delitos de los que se me acusa! Perdono a los que me matan. ¡Que mi sangre no recaiga jamás sobre Francia!”.
El verdugo refirió más tarde en sus memorias, que “el rey soportó todo esto con una compostura y una firmeza que nos asombró a todos” y uno o dos minutos después de las diez y veinte, fue finalmente guillotinado.
Decapitado ya, un joven miembro de la Guardia Nacional recogió la ensangrentada cabeza y la mostró al pueblo paseándose por el cadalso, mientras se oyó un rugido que proclamaba “¡Viva la República!”.
A su muerte, su hijo de ocho años, Luis Carlos, se convirtió para los monárquicos, en el Rey Luis XVII, el cual murió en misteriosas circunstancias, puede que a causa de la tuberculosis, el 8 de junio de 1795 y sólo su hermana María Teresa, sobrevivió a la Revolución.
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