Tal día como hoy 17 de agosto del año 986, tras un infructuoso asedio a la ciudad de Sofía -Bulgaria-, el ejército bizantino de Basilio II en su regreso a Tracia se ve rodeado por fuerzas búlgaras al mando de Samuel de Bulgaria, en las montañas de Sredna Gora, en un paso que se conoce como “La Puerta de Trajano”.
Se inicia una despiadada batalla a resultas de la cual, el ejército bizantino es prácticamente aniquilado y Basilio II huye a duras penas y para colmo, tras esta gran derrota, habrá de hacer frente a una rebelión de la nobleza en Asia Menor, que duró 3 años.
En 1014 Basilio II derrotará al ejército de Samuel y se cobrará una terrible venganza sobre los prisioneros, dejándolos ciegos con un hierro candente. Basilio II seguirá en el poder hasta su muerte en 1025
A fines del siglo X, los imperios búlgaro y bizantino luchaban en un enfrentamiento que hacía siglos que se gestaba y cuando Basilio II subió al trono como emperador de Bizancio, en el año 976, hizo de la conquista de Bulgaria, su principal objetivo.
Diez años después, en 986, el ejército de Samuel de Bulgaria casi aniquiló a las huestes de Basilio II en el paso de la puerta de Trajano y el mismo emperador bizantino escapó a uña de caballo del zar búlgaro y su venganza.
Sin embargo, como la victoria puede ser efímera, en los años siguientes Basilio II atacó y destruyó fortalezas y ciudades búlgaras en campañas periódicas, crueles y violentas incluso para la época, hasta que en julio de 1014 tuvo lugar la batalla de Clidio, también conocida como la batalla de Belasica.
Los bizantinos, mucho más numerosos, atacaron infructuosamente hasta finalmente conseguir un paso de montaña que le permitió llegar a la retaguardia de las líneas búlgaras y a una victoria total, con la destrucción de todo el ejército búlgaro y la toma de multitud de prisioneros.
Samuel huyó a lomos del caballo que le prestó su propio hijo y Basilio II pronto extendió el imperio bizantino hasta la línea del Danubio, reconquistando todo lo que había sido de Bizancio hasta el siglo VII.
De cualquier forma, la referida batalla es, para muchos historiadores de su tiempo, la llave que entregó Bulgaria a Bizancio. Y no sólo eso, es una batalla cuyas consecuencias aún resuenan en la cultura popular.
Lo relevante es que la tradición, la historia y la leyenda, fijaron la cifra de quince mil prisioneros, que fueron capturados por las tropas del emperador bizantino y tras la batalla, Basilio II mandó cegar completamente a noventa y nueve de cada cien hombres, saltándole un ojo a uno de cada cien y de esta forma, ciento cincuenta tuertos guiaron en su camino de vuelta, al resto de sus camaradas, ciegos.
Este enorme ejército de ciegos se encaminó, dirigidos por sus guías tuertos, hacia la ciudad de Ohrid, donde se hallaba refugiado el zar búlgaro y cuando Samuel contempló a su ejército cegado, sufrió un ataque de apoplejía que lo llevó a la tumba.
Finalmente, un ejército de ciegos acabó con un rey que tal vez podría haber sobrevivido a la derrota y muerte de sus hombres, pero no a la humillación de una muerte en vida de sus soldados, inútiles ya para la lucha.
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