El rey espartano Leónidas I, al mando de unos 300 espartanos y 700 tespios, les hace frente en el desfiladero de las Termópilas, un estrecho paso por donde apenas se puede cruzar en fila de a tres. Frente a ellos, el ejército persa es una temible fuerza de entre 250.000 y un millón de efectivos.
Según las crónicas de la época, Jerjes llegó a ofrecer a los hombres de Leónidas la opción de retirarse, pero éstos prefirieron la muerte, mientras unos 20.000 persas pierden también la vida.
Dada la desigualdad de fuerzas, los griegos decidieron esperar al inmenso ejército persa en el desfiladero de las Termópilas, un paso que tenía tres puntos particularmente estrechos y si se encontraban en el paso más estrecho, las líneas de cada oleada serían iguales en número de efectivos.
El oráculo de Delfos, vaticinó que los persas arrasarían la ciudad de Esparta, si esta no sacrificaba la vida de un rey en su defensa y Leónidas y sus 300, según cuenta Heródoto, se apostaron en el desfiladero junto a fuerzas integradas por soldador de otras ciudades, que según los historiadores, no pasaban en total de unos siete mil.
Ante tal inferioridad, Jerjes esperó cuatro días a que se retiraran y al quinto, los persas iniciaron el ataque. En la primera jornada, las furiosas arremetidas del ejército persa fracasaron. En la segunda sucedió lo mismo, pues los griegos formaban en falange y sus escudos de bronce y largas lanzas eran infranqueables para los persas, que usaban escudos de mimbre y lanzas más cortas. La carnicería entre los persas fue considerable, mientras que entre los griegos las bajas fueron escasas.
Cuando Jerjes se encontraba al borde de la desesperación, recibió la visita de un traidor de Tesalia, Efialtes, que le mostró un camino que vadeaba el desfiladero de las Termópilas, y le dio así la clave de la victoria, ya que permitía atacar a los griegos por la retaguardia.
Leónidas al verse rodeado, entendió que había llegado el final de su resistencia. Aunque eligió quedarse con sus 300 espartanos y unos mil hombres más a defender el paso, mientras ordenaba la retirada de los demás soldados de la coalición.
Leónidas finalmente cayó, más como un héroe guerrero que como un rey. Cuando acabó la batalla, Jerjes ordenó buscar su cuerpo y una vez hallado, fue mutilado como había previsto el oráculo, mandó decapitarle y ensartó su cabeza en un poste en el campo de batalla.
En su ciudad le fue ofrecido un funeral de Estado, se le dedicó un recinto funerario, y la tumba de Leónidas fue lugar de veneración y centro de actos de culto, de una festividad religiosa celebrada en su honor.
Sin embargo, las imágenes que nos han llegado a través de pinturas y esculturas, con un rey joven y musculoso, deben distar mucho del aspecto físico de Leónidas en tiempos de las Termópilas, pues rondaba los sesenta años de edad y era un sexagenario, que no estaba ya en edad militar.
Al año siguiente, los griegos lograrán la victoria decisiva en la batalla de Platea, poniendo fin a la invasión persa.
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