Tal día como hoy 9 de agosto de 1936, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín, Jesse Owens, atleta afroamericano, gana su cuarta medalla de oro, batiendo el record mundial de 4 x 100 relevos.
Adolf Hitler que desea utilizar estas Olimpiadas como escaparate de la supremacía de la raza aria, se descoloca cuando Owens gana las pruebas de 100 y 200 metros lisos, salto de longitud y la carrera de relevos. Hitler, que tiene previsto estrechar las manos a todos los vencedores de estos juegos, abandona el estadio con gesto contrariado antes que felicitar a los deportistas negros
A principios de 1936, Estados Unidos estuvo a punto de boicotear los Juegos Olimpicos, de los que Alemania había ganado la candidatura para organizar cinco años atrás, dos antes de que los nazis llegaran al poder.
La creencia del Führer en la superioridad de la "raza aria", ya estaba dándose a conocer y generando inquietud internacional y cuando el comité olímpico estadounidense visitó Berlín, para negociar la participación norteamericana, vieron señales que rezaban: "Ni judíos ni perros". Tampoco los negros, eran del agrado de Hitler que los veía como seres infrahumanos, y había criticado a Estados Unidos por incluirlos en su equipo.
Owens era hijo de un aparcero y nieto de un esclavo y él mismo había recogido algodón en plantaciones de Alabama desde los 6 años y mientras trabajaba a tiempo parcial para ayudar a mantener a su familia, logró ingresar en la universidad y allí se reveló como un atleta extraordinario.
Cuando llegó a Berlín, banderas olímpicas y evásticas adornaban hasta el último rincón de la ciudad y las señales antisemitas habían sido retiradas, y en el interior del estadio, rodeados de toda la simbología nazi, decenas de miles de espectadores jaleaban mientras los atletas nacionales dirigían el saludo fascista al palco de Adolf Hitler.
El Ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, había diseñado el acontecimiento como el escaparate desde el que mostrar al mundo el triunfo de los atletas alemanes para demostrar así la superioridad física e intelectual aria.
El primer plano de la cara de Owens, el destello del disparo de salida, el impulso de Owens y, a continuación, su carrera de poco más de 10 segundos y, finalmente, el detalle de un Hitler petrificado, quizá consciente de que aquello echaba por tierra su fantasía. Por si fuera poco, a lo largo de los siguientes días tuvo que contemplar cómo Owens se colgaba del cuello tres oros más.
Tras avergonzar a Hitler en su propio terreno, fue celebrado como un héroe americano –la historia, en todo caso, suele olvidarse de que en realidad a los Juegos de Berlín viajaron 18 afroamericanos, y que 10 de ellos ganaron medalla–, pero lo cierto es que durante su estancia en la Alemania nazi no tuvieron que vivir en viviendas segregadas o almorzar en comedores para negros, como sí le habría sucedido en su país.
Cuando las medallas dejaron de brillar, la vuelta al mundo real de Owens no fue fácil. Probó suerte en Hollywood pero, a diferencia de Johnny Weismuller –que había obtenido medallas olímpicas de natación antes de hacerse famoso con las películas de Tarzán–, resultó no tener ni las cualidades ni quizá el color de piel adecuados.
Para ganarse la vida, Owens, tuvo una tintorería y trabajó en una gasolinera, antes de declararse en bancarrota, hasta que en 1966 el Gobierno estadounidense lo nombró Embajador para el Deporte. Cuando murió en 1980, a causa de un cáncer de pulmón, las promesas de cambio social que sus triunfos en la pista un día encarnaron seguían incumplidas.
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