Tal día como hoy 29 de Junio de 1236, en su campaña de conquista del valle del
Guadalquivir, Fernando III al mando de su ejército conquista
Córdoba, la que fuera capital del califato andalusí. De inmediato,
la Mezquita de la ciudad es consagrada como catedral cristiana.
Con la invasión musulmana de 711,
Córdoba se convirtió en capital del Califato Omeya de occidente,
época en la que alcanzó su mayor apogeo con una de las poblaciones
más elevadas del mundo.
Durante el gobierno de Abderramán I,
se iniciaron las obras de la Gran Mezquita de Córdoba que, junto a
la universidad y la biblioteca pública, elevaron a la ciudad a
epicentro del mundo musulmán en Occidente. Por toda la urbe se
extendían palacios, entre ellos Medina Azahara, a las afueras de
Córdoba y la población alcanzó un alto nivel de vida.
No obstante, a partir de la muerte de
Almanzor en el siglo XI la ciudad entró en un lento proceso de
decadencia y se sucedieron las disputas por el poder, cuyos actos de
pillaje degradaron los grandes monumentos omeyas.
Para cuando Fernando III llamó a su
puerta, la población de Cordoba, se distribuía entre partidarios de
los castellanos y partidarios de los distintos reyes taifa que se
disputaban el poder a nivel nacional. Al tanto de estas discordias,
un grupo de cristianos de Andújar y Úbeda lograron que una de las
facciones les abrieran las puertas del barrio de la Ajarquía en
enero de 1236.
Otra versión afirma que no hubo ayuda
desde dentro, sino que los cristianos fronterizos escalaron los muros
por iniciativa propia. Álvaro Colodro, un humilde soldado, fue el
primero en escalar las torres de la ciudad califal.
Vestido como los naturales del lugar, y con conocimientos de árabe, subió a una torre almenada mediante una escala y aprovechó la confianza de los guardianes para degollarlos sigilosamente con su daga. Luego, abrió la puerta para que media docena de compañeros entrasen en Córdoba.
Vestido como los naturales del lugar, y con conocimientos de árabe, subió a una torre almenada mediante una escala y aprovechó la confianza de los guardianes para degollarlos sigilosamente con su daga. Luego, abrió la puerta para que media docena de compañeros entrasen en Córdoba.
De una forma u otra, el caso es que la
lucha entre cristianos y musulmanes, refugiados en la Madina, se
extendió por la ciudad con aquella entrada inesperada, mientras el
Rey de Castilla se dirigió a cercar Córdoba en cuanto supo lo que
había ocurrido.
En pocas jornadas instaló su
campamento en Alcolea. El Monarca impidió que entraran suministros
en la ciudad y neutralizó por la vía diplomática cualquier posible
socorro de otras fuerzas musulmanas.
Tras cinco meses de asedio y de una
guerra calle a calle, Córdoba capituló y fue entregada de forma
intacta y vacía a los cristianos. Fernando accedió a que la
población se llevara consigo los bienes muebles y conservó la Gran
Mezquita al precio de convertirla en catedral.
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