Esta noche son las hogueras de San Juan.
Las hogueras, vienen marcadas por la proximidad del solsticio de verano,
y a este, a su vez, lo determina el sol, que cansado de subir por el
cielo hacia el norte desde finales del año anterior, decide regresar a
sus cuarteles de invierno, en el hemisferio sur, y nos avisa con su
marcha de que el frío – aunque parezca mentira – se acerca de nuevo.
Los solsticios han sido siempre tiempos de propósitos. En la antigüedad,
en el de invierno - que sucede en diciembre - los homínidos, asustados
ante la expectativa de que el sol siguiese bajando hasta perderse para
siempre en el horizonte, dejándolos sumidos en la más profunda
oscuridad, hacían incluso sacrificios para congraciarse con el dios sol,
y conseguir que este desistiese de lo que parecía su terrible
propósito.
No obstante, y aunque en la actualidad el hombre moderno sabe que esto
no va a suceder, seguramente por el atavismo ancestral de milenios,
tanto en uno como en otro de los solsticios, siente - de alguna manera -
la necesidad de modificar su conducta para, a su modo, avenirse con el
astro rey y consigo mismo.
En el solsticio de verano, además de propósitos, el hombre realiza
también actos encaminados a este fin, que se manifiestan en las hogueras
que para conmemorar el evento, se desprende de todo lo que él
considera un lastre en su vida.
Desde primeras horas de la víspera de San Juan, en las plazas, en las
intersecciones de las calles o en los descampados, se hacinan montones
de objetos adonde se van arrojando muebles viejos, ropas y todo tipo de
cosas, que nos traen a la memoria situaciones desagradables o tristes.
Es decir, todo lo que ha formado la parte menos deseable de nuestra
propia existencia, y que queremos para siempre olvidar.
Luego, a la hora mágica de las brujas - o casi siempre antes, porque así
lo quieren los impacientes - todo se torna una pira ardiente, en donde
creemos poder calcinar lo más doloroso y terrible, de nosotros mismos.
Cuando la hoguera es ya solo ceniza, el ser humano, ve con tristeza y a
veces con estupor, que nada ha cambiando, y que aunque los objetos ya no
existen, los recuerdos siguen, y una vez acabada la ilusión y el
vértigo que el fuego produce, continúan siendo como fueron ayer.
Y mientras algunos intentan – sin resultado – destruir con el fuego lo
que muchas veces forma parte de su esencia misma, esa noche mágica y
fantástica, hay quien busca y casi nunca halla, un trébol verde de
cuatro hojas, con la vana esperanza de que este cambie para siempre el
signo y destino de su vida.
-“A coger el trébol, el trébol, el trébol,
A coger el trébol, la noche de San Juan…”
Precisamente por todas estas cosas, cada tiempo, cada fiesta y cada
tradición, tienen su magia, su encanto, y su maravilla y hoy toca,
disfrutar de esta…
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