jueves, 24 de enero de 2019

El Conde-Duque de Olivares, el fracaso de un valido

Tal día como hoy 24 de enero de 1643, Felipe IV despide a su valido, el Conde-Duque de Olivares, enfermo y hundido por el estrepitoso fracaso de su política.

Gaspar de Guzmán y Pimentel, - Conde-Duque de Olivares - vivió en Italia hasta los doce años, pues su padre fue virrey del Sicilia y de Nápoles y con catorce años fue enviado a estudiar Derecho Canónico en Salamanca.

Consiguió en 1615 que Francisco de Sandoval, duque de Lerma, lo nombrase gentilhombre de cámara del futuro Felipe IV de España, y hombre inteligente, supo hacerse con el favor del futuro rey, de forma que cuando accedió al trono en 1621, este lo nombró favorito en lugar del duque de Uceda y le concedió el título de grande de España, hasta que se hizo cargo del gobierno como valido en 1622.

Una vez instalado en el poder, Olivares inició una actividad política frenética y trató de llevar a cabo un amplio programa de reformas, mientras tuvo que hacer frente a una serie de compromisos bélicos ocasionados por la enemistad de Francia, dirigida por el cardenal Richelieu.

Entre las reformas internas, llevó a cabo una campaña contra la corrupción, sin embargo, para afianzar su poder, situó en puestos clave a sus propios parientes, amigos y clientes, y acumuló títulos, rentas y propiedades.

No obstante, los proyectos más ambiciosos se referían a la Hacienda, como la creación de erarios para la financiación de las obras públicas y el fin de las acuñaciones masivas, a fin de contener la inflación, pero todas las reformas se estrellaron siempre con la ruina de la economía de los reinos de la monarquía.

En el exterior, Olivares dejó a un lado las campañas imperialistas y se concentró en la defensa de lo heredado del siglo anterior, sin embargo, las guerras provocaron un endeudamiento creciente, hasta llegar a la bancarrota de 1627 y desde entonces, las derrotas militares se sucedieron, abriendo camino a la decadencia de los Habsburgo españoles en Europa.

Tras la victoria española de Breda en 1637, Olivares escribió al rey un memorial donde justificaba su gestión y se exculpaba, alegando que las decisiones que había tomado, habían sido absolutamente necesarias, pero con su política autoritaria, el valido se había granjeado la animadversión de la Iglesia y de la nobleza, que se sentía ultrajada.

La ocupación francesa de Salses, en el Rosellón, supuso que la guerra llegaba a Cataluña y fue el pretexto hallado por Olivares para imponer la Unión de Armas, pero el reclutamiento fue declarado contrario a las constituciones catalanas y los disturbios, surgidos por la obligación de alojar las tropas, terminaron creando un clima de tensión que desembocó en el trágico “Corpus de Sangre” en junio de 1640 y la secesión catalana, que no fue sofocada hasta 1652.

Meses más tarde, y por razones similares, se produjo la insurrección de Portugal que condujo a su independencia, con lo que Olivares perdió finalmente todo su crédito político y fue desterrado en enero de 1643, a su señorío de Loeches, cerca de Madrid, pero sus detractores siguieron formulando acusaciones contra él, hasta que consiguieron que el rey lo desterrara a la ciudad de Toro, en 1643, y que fuera procesado por la Inquisición en 1644.

En esta ciudad murió en 1645, y está sepultado en el monasterio de la Inmaculada Concepción, fundado por él en Loeches.

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