Tal día como hoy 17 de enero del año 929, Abd al Rahman III se proclama “Príncipe de los Creyentes y Defensor de la Fe”, dando comienzo así el Califato de Córdoba.
Abd al-Rahman III, de 21 años de edad, y emir de al-Ándalus, tras acabar con el problema más urgente, que era la sublevación de Omar ibn Hafsun, extendida por amplias zonas de Andalucía y ultimada con la ocupación de la fortaleza de Bobastro, en la sierra de Málaga en 928, consiguió con el final de la rebelión, el restableció del orden y la autoridad de los Omeyas.
Después de la toma de Bobastro, el soberano hizo destruir la mezquita que había edificado Omar al comienzo de su revuelta; "de modo que fue arrasado y quemado el mimbar- púlpito de la mezquita- desde donde se había bendecido al apóstata y su perversa estirpe”.
En 929, Abd al-Rahman III se proclamó califa, sucesor del profeta Mahoma y príncipe de los creyentes, lo que supuso la independencia religiosa de al-Ándalus con respecto al Califato Abasí y en los años siguientes, impuso su poder sobre los territorios fronterizos, que desde el siglo IX se mantenían al margen de la autoridad de Córdoba.
El nuevo califa, no se limitó a extender su poder sobre el territorio del sur de la península, sino que en 920 derrotó en Valdejunquera a la coalición formada por los reyes cristianos Ordoño II de León y el de Navarra Sancho Garcés I y aunque en 939 fue vencido en Simancas por Ramiro II de León, el califa se convirtió en el árbitro de las disputas entre los cristianos.
La soberanía andalusí se reconoció también en todo el norte de África, y el poder cordobés logró imponerse en el Magreb, donde ejerció un mando absoluto, favorecido por una administración eficaz y un ejército fuerte formado de mercenarios.
Al mismo tiempo, Córdoba fue ampliada y enriquecida y se inició la construcción de la ciudad-palacio de Medinat al-Zahara próxima a la capital, consiguiendo que la paz reinase en al-Ándalus y que solo fuera interrumpida por los ataques de los vikingos contra Lisboa y Sevilla.
La proclamación del califato de Córdoba, fue uno de los mayores acontecimientos de la historia del mundo musulmán medieval en al-Andalus y como muestra de su vigor económico, se reanudó la acuñación de dirhams, interrumpida durante unos treinta años, y se inició la de los dinares, nueva moneda en al-Andalus, designando ambas al soberano con título califal.
En el orden intelectual y artístico, está considerada una de las dimensiones esenciales de la civilización arabo-musulmana ya que sin el califato de Córdoba, ni Averroes, ni la transmisión del saber árabe al Occidente cristiano habrían tenido lugar, ni tampoco las manifestaciones del arte almohade, del cual se derivaron tanto el arte de la Alhambra como otros posteriores del Magreb.
Los omeyas de Córdoba, toman un sobrenombre, el de al-Nasir li-Dini Allah -el defensor de la religión de Dios- situándose así al nivel de los otros dos califatos existentes entonces en el mundo musulmán.
Su rival el califato fatimí - muy peligroso militarmente – en el 917 con sus ejércitos, se habían apoderado de la ciudad de Nakur, en la costa mediterránea del Marruecos actual, donde desembocaba parte del comercio de África y cuyos emires fueron siempre fieles aliados de Córdoba.
Por ello, en 931, tropas andalusíes entraron en Ceuta, levantando fortificaciones y estableciendo guarniciones con carácter permanente, evidencia de los esfuerzos del califato omeya para contener el avance fatimí, siguiendo en su política de alianzas con las tribus del Magreb occidental, hostiles al poder de los fatimíes.
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