Tal día como hoy 1 de enero de 1948, en una España hambriente, el Gobierno decreta la suspensión de los salvoconductos para circular por el interior.
Los franquistas ocuparon Madrid el 28 de marzo de 1939 y hasta el 8 de abril no entraron en la capital trenes con alimentos y muchos ciudadanos se vieron obligados a cambiar monedas o joyas, por un chusco de pan negro, o acudían a los cuarteles a pedir las sobras y muchas mujeres tuvieron que prostituirse por comida,, ya que los primeros años de posguerra fueron peores que la misma guerra.
La ropa se hacía a mano en cada casa, desde las medias y calcetines de lana hasta la ropa interior, jerséis de punto y los pantalones y cuando una prenda se dejaba por vieja, de las partes sanas se hacían nuevas prendas, para los más pequeños de la familia, “heredándose” la ropa de unos a otros.
Los fumadores, aparte de recoger colillas, secaban hojas de patatas que luego se fumaban y los niños, los grandes perdedores de las guerras, sobrevivían ejerciendo las más variopintas tareas, entre ellas la de buscar colillas para vender luego como tabaco picado.
La cartilla de racionamiento, consistía en un talonario formado por varios cupones, en los que se hacía constar la cantidad y el tipo de mercancía. Las había de primera, segunda y tercera categoría, en función del nivel social, el estado de salud y el tipo de trabajo del cabeza de familia, y además se subdividían en dos tipos: una para la carne y otra para lo demás.
Los productos que se entregaban eran garbanzos, boniatos, bacalao, aceite, azúcar y tocino, muy rara vez carne, leche o huevos, que sólo se encontraban en el mercado negro. El pan, que era negro, quedó reducido a 150 ó 200 gramos por cartilla y a los niños se les daba además harina y leche y a los que habían pertenecido al ejército franquista se les añadía 250 gramos de pan.
En los pueblos, se tenía que contar con el permiso de las autoridades para hacer la matanza y muchas veces en las casas se hacía el pan por la noche para evitar a los agentes de la Fiscalía. A veces la gente desenterraba los animales muertos y se los comía.
Las cartillas deberían haber asegurado el abastecimiento de lo más imprescindible pero no fue así y como consecuencia surgió un mercado negro -estraperlo- controlado por los grandes jerarcas afines al régimen, y por ese otro tipo de personas que siempre hacen negocio con la miseria humana.
Sin duda esos años fueron los inicios de la “cocina creativa” en España, la cebada tostada se empleaba como sucedáneo de café, con las cáscaras de los plátanos se elaboraban cremas y purés etc...
Claudio Grondona describe en un artículo del Diario Sur de Málaga de los años setenta : “Madres y hermanas, esposas e hijas en una paciente, sufrida, dolorosa y desalentadora tarea de hogar y de familia. Llegaron a confeccionar tortillas sin huevo, guisos sin carne, fritos sin aceite, dulces sin azúcar, café con trigo tostado; hicieron pucheros con huesos, cocidos sin semilla ni patatas, embutidos de pescado”.
No debemos dejar la historia en el olvido, porque olvidar la historia, es enterrar definitivamente a quienes tanto dieron y tanto sufrieron y además estar obligados a repetirla.
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