Tal día como hoy 29 de marzo de 1956, un jovencísimo Juan Carlos de Borbón mató a su hermano menor Alfonso, de un disparo accidental en la frente, mientras ambos jugaban en el domicilio familiar. El pequeño infante fue enterrado dos días después en el cementerio portugués de Cascaes.
Hay cosas de las que en España casi no se habla y una de ellas es, la temprana muerte de un hermano del rey emérito Juan Carlos, casi desconocido para la gente, mientras ambos, por entonces adolescentes, jugaban con una pistola, en apariencia descargada.
La tragedia marcó para siempre la vida del monarca español y de su familia, y fue envuelta durante décadas de un halo de misterio y sospechas. Juan Carlos tenía 18 años, mientras su hermano, "Alfonsito", 15 y según el historiador Juan Balansó, "era un niño travieso y despierto, simpatiquísimo, que alegraba la vida a cuantos le conocían".
Fue en Estoril - Portugal -, donde vivían los Condes de Barcelona y los dos hermanos estaban solos, en la sala de juegos de la mansión, haciendo disparos contra un blanco, con una pistola calibre 22, que les habían regalado.
De repente, Alfonso recibió un disparo, mientras el arma estaba en manos de su hermano Juan Carlos. Su madre, Doña María, que estaba en una habitación contigua con unos amigos, oyó el disparo y quedó destrozada, porque se creyó responsable de haber dejado a sus hijos jugar con la pistola.
Sobre el suelo del cuarto de juegos yacía Alfonsito, a quien su padre intentó reanimar, sin éxito. La secretaría de los condes de Barcelona facilitó la siguiente nota: “Estando el infante don Alfonso de Borbón limpiando una pistola de salón con su hermano, la pistola se disparó, alcanzándole en la región frontal, falleciendo a los pocos minutos.”
La noticia fue silenciada por el régimen del dictador, Francisco Franco, que mantenía a los Borbones lejos de España, y también por la prensa portuguesa, igualmente sometida a la dictadura del general Salazar.
Era tan duro reconocer la verdad, que todos se afanaron en cubrir el episodio con un piadoso y espeso manto de silencio. El conde de Barcelona se quedó sólo en Estoril, llorando su desgracia y no recibiendo ni el pésame de Franco. Comentando la tragedia con un monárquico, Franco dijo: "A la gente no le gustan los príncipes con mala suerte".
Aquella fue una tragedia más en la larga lista de infortunios de los Borbónes; En 1938 el príncipe Alfonso, murió en un accidente de tráfico, cuatro años después, en igual tragedia, murió su hermano menor, Gonzalo. El infante Jaime, fue sordomudo desde la niñez, y su muerte se debió, aparentemente, a una pelea que mantuvo con su esposa alcoholizada. Su hijo -Alfonso- moriría en los años 80, decapitado por un cable eléctrico cuando esquiaba en Estados Unidos.
Entre la desesperación y el sentimiento de culpa, el rey Juan Carlos quedó marcado de por vida, y su relación con su padre nunca volvió a ser la misma. Dos días después del hecho, Juan Carlos fue enviado a España para continuar su formación militar.
Muchos españoles monárquicos, viajaron a Estoril llevando bolsas con tierra española que depositaron sobre la tumba para que, su cuerpo descansara con algo del calor del suelo patrio.
Allí yació olvidado, durante años, hasta que su cuerpo fue trasladado al Monasterio de El Escorial en 1992, por deseo de su padre. Hoy día, el rey emérito Juan Carlos, es el único testigo vivo de la misteriosa tragedia, un capítulo más en la leyenda negra de los Borbones, y una verdad que morirá con él.
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