sábado, 23 de marzo de 2019

Pablo I de Rusia, un zar excéntrico y paranoico

Tal día como hoy 23 de marzo de 1801, en su dormitorio del castillo San Miguel  - Moscú -, el zar Pablo I de Rusia es golpeado con una espada, y luego estrangulado.

Pablo I fue una figura detestada dentro de la familia de los Romanovm y aunque en un principio, era un joven prometedor, las paranoias respecto a una posible traición sobre su persona hicieron que su madre perdiese la fe en él y lo apartase de los asuntos de estado.

Cuando llegó a ser zar, su política exterior fue volátil y la interior le acabó costando la vida, pues se ganó el odio de la nobleza y  pasaría a la historia por ser uno de los zares más excéntricos que tuvo Rusia.

Nació en San Petersburgo en 1754,  único hijo de Catalina II, pero no fue su madre quien le educó, sino la emperatriz Isabel y tal vez por ello su madre no le tuvo demasiada estima. En cualquier caso, Pablo era muy inteligente y atractivo pero perdió esta última cualidad, en un ataque de tifus en 1771, que afeó sus rasgos de una manera notable.

En 1773, su madre le casó con Guillermina de Hesse-Darmstadt de Prusia, pero esta falleció durante un parto y lo casó de nuevo con la bella Sofía Dorotea de Württemberg, que recibió el  nombre de María Fiódorovna y fue entonces cuando Pablo comenzó a participar en intrigas, creyéndose blanco de un asesinato, organizado por su propia madre, llegando a acusarla de mezclar fragmentos de vidrio en su comida.

La zarina le permitió acceder al Consejo para instruirle en sus futuras labores como emperador, pero Pablo se mostró reacio y empezó a participar en intrigas contra su madre, ya que creía que era  blanco de un asesinato orquestado por ella, para que nunca llegase a gobernar.

Las consecuencias de esto fueron que Catalina apartó a Pablo del Consejo y lo distanció del poder, ya que su idea era la de designar como su sucesor a su nieto, el futuro Alejandro I, pero al morir su madre en noviembre de 1796, ascendió al trono y su primer mandato fue solicitar el testamento de la fallecida, y destruirlo, ya que se rumoreaba que quería excluirlo de la sucesión y dejar el trono a Alejandro, su nieto mayor.

Durante los primeros años, el zar cambió muchas de las reformas que había emprendido su progenitora y muchos de los consejeros de la antigua zarina fueron acusados de “jacobinismo” y expulsó a personas que llevaban “un estilo parisino” o leían literatura francesa.  Este sentimiento anti-francés surgió debido al temor que tenía de que alguien realizase una revuelta contra él, que le costase la vida.

Pablo,  para ganarse el apoyo de las potencias centrales europeas, se unió a ellas, pero, defraudado por sus aliados austríacos y británicos, se aproximó a Francia en 1800.

Este cambio de mentalidad, sumado a su gran cantidad de excentricidades, provocó que la aristocracia orquestase un plan para derrocarlo, y en  la noche del 11 de marzo de 1801, fue asesinado en su dormitorio del Castillo de San Miguel por un grupo de funcionarios, que entraron en su dormitorio, y trataron de obligarlo a firmar su abdicación.

Pablo ofreció resistencia, y uno de los asesinos lo golpeó con una espada, siendo después estrangulado y pisoteado hasta la muerte. Su hijo, el zar Alejandro I, que se encontraba en el palacio, supo de la muerte de su padre, que sucedió ante su contemplación, conocimiento e indiferencia.

La imagen popular de Pablo I ha sido durante tiempo la de que estaba loco, y se ha convertido en algo comúnmente aceptado. Sin embargo, investigaciones recientes han rehabilitado el carácter de Pablo y en la década de 1970, se realizaron estudios sobre él que han demostrado, que era una persona que actuó siempre fiel a su conciencia.

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