Tal día como hoy 22 de junio de 1372 las escuadras inglesa y castellana se encuentran frente a frente en el Atlántico, frente a un pueblecito de pescadores franceses llamado "La Rochelle".
En 1369 Carlos V de Francia reanudó la Guerra de los Cien Años con Inglaterra, en buena medida su decisión se basaba en que ahora podía contar con la ayuda de Enrique II de Castilla, quien disponía de una poderosa armada, lo cual daba a la nueva ofensiva muchas posibilidades de éxito.
En dicha alianza franco-castellana y según el tratado de Toledo de noviembre de 1368, Castilla debería aportar el doble de naves de las francesas en las operaciones navales conjuntas que se desarrollaran a partir de entonces.
Dentro de esta estrategia, el rey francés pretendía intensificar el cerco sobre La Rochelle, en poder de Inglaterra y Castilla envió una flota al mando del almirante Ambrosio Bocanegra.
Eduardo III de Inglaterra, consciente de la importancia de dicha plaza, se propuso defenderla a toda costa, empleando abundantes recursos con una armada, el mando de su yerno Juan de Hastings.
El capitán de la escuadra de Castilla, Ambrosio Bocanegra, mandaba una veintena de galeras gobernadas por expertos y aguerridos marineros cántabros y vascos y por parte inglesa tenían unas 36 naos y carracas y 14 buques de carga y transporte.
Probablemente, la escuadra inglesa llegó primero a La Rochelle y el día 21 avistó a la castellana, y tras unas horas de incertidumbre, Bocanegra, se acercó lo suficiente para tener un pequeño enfrentamiento con los ingleses y posteriormente huir, lo cual fue tildado de cobarde por los británicos que se mofaron desde sus embarcaciones, pero esto era un plan premeditado, pues cuando bajara la marea, los buques ingleses quedarían varados y no las galeras, que eran de poco calado.
Bocanegra volvió, en el momento exacto en el que los buques ingleses se encontraban casi inmovilizados y cada galera castellana, remolcaba un brulote ardiendo listo para ser lanzados a los ingleses llevando el caos total a la escuadra inglesa.
Aprovechando su inmovilidad, los castellanos lanzaron también artificios de fuego con lombardas, que los ingleses no pudieron esquivar, produciéndose gran mortandad y una derrota total anglosajona, pues todas sus naves fueron quemadas, hundidas o apresadas por los castellanos.
Como colofón, durante el viaje de regreso a Santander, Bocanegra apresó, otros cuatro barcos ingleses.
La derrota de La Rochelle supuso que los ingleses perdieran un importante enclave, debilitando su posición en Francia, mientras Castilla, por el contrario, se alzó como la potencia naval de la zona, favoreciendo el comercio castellano de la lana con Flandes y aumentando de manera significativa la riqueza e importancia del reino.
Ahora será Castilla la que sustituya en esta actividad y los ingresos obtenidos propiciaron un auge económico castellano, convirtiéndose Burgos en una de las ciudades más importantes de Europa Occidental.
A consecuencia de esta batalla, terminó el control inglés del Canal de la Mancha que pasó a manos castellanas.
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