Relación efemérides históricas; cuentos, reflexiones, poesias...
miércoles, 15 de junio de 2016
La fotocopiadora
La historia, me la contó un ejecutivo de una multinacional con sede en Barcelona, como algo que él tenía por cierto y verdadero.
Yo, que soy escéptico por naturaleza, no me la creí, y pensé que se trataba de una de tantas leyendas urbanas que circulan por ahí, de las cuales todo el mundo dice conocer a alguien que las vivió, pero que luego no hay forma humana de llegar hasta él, como aquella que narra la historia de un joven bien parecido, que conoció a una muchacha en la barra de un bar, y cuando tras intimar e irse con ella a la cama, se despertó a la mañana siguiente, le faltaba un riñón, o aquella otra del comensal, que se encontró la uña de una rata dentro de una hamburguesa en un restaurante de comida rápida, historias que luego – por muchas indagaciones que hagas - no hay manera posible de asociar, con su pretendido protagonista.
No obstante, tanto me insistió, y tanto disfruté de la situación mientras me la contaba, que aún a riesgo de incurrir a contribuir en la difusión de una de estas leyendas, paso seguidamente a relatarla.
Todo comenzó cuando Andrés – que así se llamaba nuestro protagonista - a sus diecinueve años, obtuvo su primer empleo. La empresa en que dio los primeros pasos laborales estaba integrada, en más de un noventa por ciento por personal perteneciente al genero femenino, la mayoría de las cuales, no superaban los treinta años de edad.
El personaje que nos ocupa, era alto, rubio, gustaba de hacer halterofilia y por ello tenía un cuerpo musculoso y bien formado, al que se unía una cara angelical e inocente, como de artista de cine, por lo que desde el mismo momento en que hizo su aparición en los pasillos de la empresa, fue blanco de las miradas y frases en broma - entre lascivas y provocadoras - de todas sus compañeras de trabajo.
Él era una persona tímida, con esa timidez propia de sus pocos años y casi nula experiencia con el sexo opuesto, de forma que se sonrojaba cuando tenía que dirigirse a una mujer. Por su parte estas - que ya en solitario son audaces - cuando actúan en manada resultan terribles, y el contacto de Andrés con ellas, había de ser forzosamente continuo, por la naturaleza de su trabajo, ya que su primera ocupación consistió, en estar al cuidado de la macro fotocopiadora que usaba toda la oficina, y que para una mayor disciplina de trabajo era manejada solo por él.
No era extraño, ver cada día a cuatro o cinco secretarias aguardando cola ante la máquina, para realizar fotocopias, y solicitar de nuestro azorado héroe sus servicios con frases con evidente doble sentido, dirigidas casi en secreto, y con una maliciosa media sonrisa, mezcla de perversidad y goce, ante la actitud de continuo sonrojo del muchacho, mientras le pedían que les fotocopiase este o aquel informe urgente o delicado:
-Anda bonito, házmelo con cuidado y por los dos lados.
-Házmelo dos veces, como la otra vez. O mejor, házmelo tres, pero bien, como tu sabes
-Me la tienes que hacer por delante y por detrás, pero por detrás, tienes que procurar que entre todo.
-Sácala lo mejor posible, y si no te cabe toda me la reduces un poco.
-Házmelo a mí primero que ya no puedo esperar más.
-¡Préstame atención a mi, que tengo retraso!
-Por favor, mira si me lo puedes hacer lo más deprisa posible, porque también está esperándome mi jefe.
-Tu házmelo como quieras, pero cuando la saques, que salga entera.
Y la mejor fue la de aquella joven, que una mañana, ante un auténtico aluvión de secretarias todas ellas en la actitud descrita, esperando delante de la máquina, se dirigió en plan confidencial a nuestro amigo, y le dijo mientras, sujetándole por el brazo, le alejaba de las demás:
-¡Ay, con la prisa que me corre...! ¿No me la puedes meter en medio y me lo haces en un momento...?, ¡Anda por favor, metemela en medio y me lo haces en un periquete, sin que se enteren las otras!
Mientras me contaba la historia y me reía con ella de buena gana, no pude evitar el pensar en una cosa ¿porque no se habría inventado la fotocopiadora en mi juventud, en lugar del maldito papel de calco negro-carbón?
J .M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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