lunes, 20 de junio de 2016

La orquestina

 

La única ocasión que tenían Cirilo y sus amigos, de poder alternar con chicas, y convertirse por unos días en famosos, era el veintiséis de septiembre, durante las Fiestas de San Cosme y San Damián, patronos del pueblo.

El resto del año lo pasaban dedicados a trabajos agrícolas, en pie desde las cinco de la mañana en que empezaban a cuidar los animales, continuando luego con el arado, las rastrojeras, la siembra, la siega, y las mil cosas que el campo tiene cada día por hacer, hasta acabar la jornada extenuados, oliendo a estiércol y sudor, y acostándose pronto pues al día siguiente, había que volver a madrugar.

Desconocían los domingo y las fiestas de guardar, ya que los escasos ratos libres que tenían durante al año, los dedicaban a tocar en la orquestina.

Entre cuatro, habían formado un grupo musical, que ensayaba en el establo del tío Tomás, el cual les cedía uno de sus cobertizos, siempre - claro está - que no hubiese alguna vaca de parto o lesionada, porque ese día, la sala de audiciones quedaba reservada para el menester dicho, ya que la música estaba bien, pero una vaca, siempre era una vaca.

Batería, guitarra, bandurria y clarinete, constituían la orquesta, que al principio con timidez, y luego cada vez con mayor soltura, empezó a interpretar piezas bailables, y en las fiestas de los Santos Patronos, terminaron por hacer las delicias de sus paisanos, de manera que no había año, en que nuestros melómanos amigos, no se convirtiesen en el centro de atención de todos sus convecinos, y sobre todo de sus convecinas, que solteras y en edad de merecer, formaban corro ante ellos en sus actuaciones.

Un cambio de concejalías en el ayuntamiento, dio al traste con la situación expuesta, pues el nuevo edil de festejos, resultó ser un antiguo conocido de Cirilo, el líder del grupo, con el que este había tenido tiempo atrás, problemas de competencia por las mismas faldas, y más concretamente por lo que estas llevaban dentro, y esas cosas, se suelen olvidar tarde, mal y nunca.

Ya por estas u otras razones, el caso fue que en el pleno municipal, en que se acordó el programa de las fiestas patronales, tomó la palabra el nuevo munícipe y... que si los tiempos cambiaban... que si había que renovarse... que si la gente se cansaba siempre de lo mismo... en resumen, que tras una larga perorata justificativa, propuso que sería conveniente cambiar la orquestina local, que hasta aquel momento había amenizado el baile, por otra traída de la capital, que además de ser profesional, tenía un repertorio de nuevas melodías, más acorde con los tiempos modernos.

Aquélla tarde, estaban los cuatro amigos acodados en la barra del bar de la plaza mayor, apurando una jarra de cerveza que les supo más amarga de lo habitual, mientras releían el escrito firmado por el regidor de festejos, en que se les comunicaba, que para el presente año se había acordado en pleno municipal -y para las ya inminentes fiestas patronales - prescindir de sus servicios.

La muerte de sus seres más queridos, no habría sumido a nuestros personajes en una depresión como en la que se hallaban, pero tras la primera jarra llegó la segunda, luego la tercera, después la cuarta y al final acabaron por perder la cuenta de su número.

El caso fue, que como consecuencia del trasiego de tanto liquido alcoholado, la depresión se trocó primero en conformidad, más tarde en menosprecio, y en la última fase, y cuando ya empezaban a notar que las mesas del bar se movían solas, decidieron vengarse de las nuevas y –para ellos - excluyentes ideas del cabildante.

En la cabalgata que daba inicio a la fiesta mayor, compuesta por más de diez carretas adornados como carrozas de cuentos de hadas, no faltó la dedicada a la orquesta, que desfiló al ritmo de sus instrumentos – casi todos de viento – dando a sus melodías, un aire de moderno jazz, y que a nuestros rencorosos personajes, les sonó a diabólica charanga. Acabado el desfile, y antes del inicio del baile, se consumó la venganza.

El ayuntamiento ofreció – cosa que nunca antes había hecho – un refrigerio a los músicos, en que abundó el buen jamón de bellota, langostinos tan grandes como la palma de la mano, y otras muchas exquisiteces, todo ello regado con los mejores vinos de las bodegas del señor alcalde, y en cuya degustación los artistas – que a juzgar por como lo hicieron, parecía no habían comido en meses – se extendieron más de una hora.

Durante este tiempo quedaron los instrumentos, solos y sin custodia, en un cuarto anexo al ayuntamiento bien conocido por nuestros héroes, ya que era donde solían cambiarse para sus actuaciones.

Amparados por las primeras sombras de la noche, se fueron introduciendo por turno en el habitáculo, y mientras uno vigilaba, los otros hicieron sus necesidades tanto mayores como menores, dentro de los tubos de los instrumentos, con lo que la trompeta, el clarinete, y el saxofón, quedaron llenos hasta la boca de pestilentes excrementos, volviéndolos a colocar nuevamente en su lugar – una vez acabaron - como si nada pasase.

Como ya habrás deducido, amigo lector, el flamante grupo llegado de la ciudad no pudo ofrecer el concierto previsto, pues pasaron toda la velada limpiando a conciencia sus instrumentos en la fuente de la plaza, mientras su representante amenazaba al consistorio entero, con una millonaria demanda judicial, por daños, perjuicios, y lesiones a su imagen.

Aquella noche, y para que la fiesta pudiese celebrarse, el alcalde en persona hubo que pedir a los músicos locales que tocasen en el baile, y estos tras hacerse de rogar y “solo por no estropear los actos de los santos patronos” acabaron por hacerlo hasta la madrugada, interpretando lo más florido de su repertorio, mientras entre pieza y pieza, se les escapaba – a los muy bribones - la risa floja.

La minuciosa investigación llevada a cabo, por los dos agentes que formaban el cuerpo de la Policía Municipal del pueblo, no pudo nunca determinar quienes fueron los autores, de la escatológica gamberrada.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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