LA AGENCIA
La primera vez que vi a Anselmo, fue al iniciar el primer curso en la facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, en la década de los años setenta del pasado siglo.
Él andaba ya por tercero, y recuerdo que – cuando cinco años después yo terminaba – a nuestro amigo aún le quedaban por aprobar, algunas asignaturas de cuarto.
Anselmo era un hombre singular por demás. Su lugar de estudio estaba siempre ubicado en el bar del centro docente, en donde podía vérsele siempre acompañado por gente de su facultad o de otras, pontificando sobre temas, sin duda trascendentes para la humanidad, pero desde luego no para los fines de la carrera que se suponía, estaba estudiando.
Fuese invierno o verano, nuestro héroe llevaba siempre anudado al cuello o a la cintura, según el tiempo, un yérsey que nunca le vi puesto, y que era – junto con los vaqueros - su signo más característico de identidad y a una abultada mochila repleta de libros, ignoro de que ciencia o conocimiento, ya que - en los cinco años que le conocí - no le vi abrirlos jamás.
Hace tan solo unos meses, volví a encontrarme con mi viejo condiscípulo. Entró en el despacho al objeto de solicitar información sobre un trámite administrativo, y la verdad fue que no le reconocí de lo cambiando que se encontraba.
Era la imagen viva de la elegancia, el buen gusto y el poder económico: traje de modisto de alta costura, primorosamente combinado con camisa y corbata, reloj de oro, imagen absolutamente cuidada y el más esmerado estilo, en cuanto a gestos, ademanes y palabras.
Tras decir mi nombre y recordarme - a su vez - quien era él, me explicó el motivo de su visita, y una vez realizada la consulta y al objeto de recordar viejos tiempo, insistió en invitarme a comer, a lo que hube de acceder, en primer lugar por su insistencia, y en segundo, porque me moría de curiosidad por saber la trayectoria vital del personaje, para llegar a la brillante posición que se le adivinaba.
El restaurante - lujoso hasta la saciedad - estaba en consonancia con lo hasta ahora dicho. Era de aquellos en los que ni a gritos oyes lo que se dice de mesa a mesa, dado su grado de separación, y en donde desde que entras, hasta que finalmente te acomodas, te atienden no menos de cuatro o cinco personas, pidiéndote el abrigo, los guantes, el sombrero, las llaves del coche y todo lo imaginable.
Muy conocido debía ser allí mi amigo, porque nada más verlo, se pronunció su nombre – precedido siempre por el Don, y entre reverencias, bisagrazas y genuflexiones - no menos de diez veces, y ya una vez aposentados en la mesa, ni rascarte la oreja podías, sin que una jauría de camareros te asaltase, interpretando que -con el gesto- habías solicitado que te trajesen o llevasen alguna cosa.
La comida estuvo en consonancia con el local, así como también el precio, pues el más barato de los vinos de la carta, superaba de largo los cien euros por botella.
Ya a los postres, indagué de mi recuperado amigo, el motivo de tanta prosperidad y él con gesto displicente, me contestó.- “Todo se lo debo a la semántica…” y ante mi cara de desconcierto continuó – Bueno, tú sabes que estudiar no era lo mío, pero al cabo, terminé mi carrera y puse una agencia de colocaciones… mejor dicho, de hacer currículum, y no sabes en éxito que eso tiene… yo los adorno un poco, como es natural, y la verdad es que tengo cola …
Aguijoneado por la curiosidad, un día leí el dossier que sobre sus actividades me dejó, y las denominaciones con las que nombraba las funciones de sus informados, eran tan suculentas como puede verse por lo que sigue:
Peón de albañil // Auxiliar de Servicios Técnicos de Ingeniera Civil: Mensajero con moto // Especialista avanzado en logística y traslado de documentos: Repartidor de propaganda en buzones // Técnico de mercadeo especifico dirigido: Mozo de almacén // Especialista en logística y manipulación de alimentos: Barrendero // Técnico sanitario de caminos públicos… y si eran las denominaciones, imagina – amigo lector - como sería la descripción de las actividades.
Anselmo – Don Anselmo para casi todo el mundo – vivió siempre, vive, y seguro que vivirá, sin dar un palo al agua.
¿Con que moral les digo yo ahora a mis nietos que estudien, para hacerse personas de provecho...?
J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
Aquí, se cumple el refrán que dice: ¡Cría fama y échate a dormir!
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