Dicen que esta historia aconteció en Granada, y como el que me lo dijo es persona de absoluta confianza, y aunque andaluz, nada dado a la chacota ni la broma fácil, sino circunspecto, ponderado y crítico con la realidad y la vida, como es lógico me la creí a pies juntillas, y tal y como me la contó en su día, ahora la cuento.
Micaela trabajaba en la Alhambra, mejor dicho, en sus afueras, ya que los vigilantes no la dejaban hacerlo en sus “adrentros”, y lo hacía con honestidad y decencia. Era gitana de pura cepa, pero muy diferente a su tío Manual, que ejerció de trilero (1) en la Plaza Nueva, y que por tenerle ojeriza la pestañi (2) iba ya para tres años que estaba en el talego, (3) al haber engañado – eso decían – a un francés pálido y larguirucho, que había apostado - y perdido - hasta la camisa, en el tenderete que su pariente tenía montado, en la vía pública y - como quien dice - a la vista de todos.
No, Micaela no era así. Ni tampoco era como su prima Carmela - calorra (4) como ella - que desde hacía años se ganaba la vida en el expreso de Andalucía, invocando la caridad pública con un muñeco llorón en los brazos, al que hacía pasar por su hijo enfermo. También Carmela estaba en el trullo, (5) pero esta si que fue por mala pata.
Todo sucedió un mal día, en que tras descender del tren en la estación de Priego, para tomar un sorbo de agua, tuvo la mala vagi (6) de encontrar olvidada en el anden una maleta que - con toda su buena fe - se aprestó a depositar, en la oficina del jefe de estación. Pero aquel día, tenía de espalda su estrella, y por eso se confundió de puerta, y en lugar de la del jefe de estación, se dirigió a la de salida.
De nada valieron las explicaciones que dio ante la pasma, (7) cuando la encontraron - a más de un kilómetro de allí - y les contó lo que había sucedido, y menos aún la creyeron, cuando dentro de la maleta, se descubrió el muestrario de joyería de un representante de este negocio, que procedente de Valencia, hacía ruta por el sur.
Aunque juró por la gloria del faraón, que todo era un malentendido, nadie la creyó y sin embargo hicieron oídos - y rápido caso - a la versión del viajante, que sin jurar por nadie, dijo que le había distraído, y mientras lo hacía, le despojó del muestrario.¡Injusticias de la vida! pensaba Micaela, mientras ensartaba biznagas de jazmines, que vendía a la entrada del palacio nazarí, al precio de quinientas pesetas cada una.
Como lo de las biznagas era algo temporal, y dependía de que fuese o no época de flores, combinaba esta actividad con otra que podía practicar en todo tiempo, que era la de predecir el futuro, por el método de la buenaventura.
Aquella mañana tenía el pálpito de que las cosas le saldrían bien. Eran solo las once y ya había vendido más de diez biznagas, y cuando se disponía a reponer fuerzas con un bocadillo de chorizo, vio acercarse a las dos mujeres.
Eran de mediana edad, y una explicaba a la otra, las maravillas del monumento. Micaela se acercó y les ofreció sus flores. Sin hacerle apenas caso dijeron que no, ella insistió, y les hizo entonces la oferta adivinatoria. La que hablaba, le preguntó entonces -¿Y eso, cuanto cuesta?
Micaela pensó que ya estaban en el bote: – Mil pesetas paya...(8) - aclaró, mirándola con el rabillo del ojo, por si la otra quería regatear.
- De acuerdo - terció su interlocutora – ¿que tengo que hacer?
- Nada –dijo Micaela – solo darme la mano y dejar que la estudie.... concluyó.
Tras unos segundos en que pareció analizar cada poro de la piel, empezó con su explicación. Con gran seriedad, dijo que estaba casada, que su marido la quería... habló de los hijos que aun no había tenido, y que iba a tener, de dinero, de premios en la lotería de... y tras quince minutos de augurarle venturas y dichas, dio por conclusa su premonición, afirmando que la luz se marchase de sus ojos, si no era cierto todo lo que acababa de decir. No bien hubo acabado, Micaela, tomó la mano de la otra mujer, y comenzó acto seguido con sus predicciones.
Un momento - le interrumpió la primera - ella no entiende más que alemán. Nuestra heroína, viendo que se le escapaba la clienta, rauda como el pensamiento, encontró la solución.
- Verás paya, no hay problema... ¿tu chamullas en extranjero verdad…?
La mujer asintió con la cabeza y Micaela continuó, - Entonces yo hablaré despacito, y tú se lo vas repitiendo, ¡querrás que sepa su suerte, ¿verdad?! Y con este sistema, llegó a oídos de la teutona, las gracias y desgracias – si bien que de estas últimas pocas – que el futuro le deparaba.
Una vez concluida la predicción, nuestra amiga extendió su mano ante las mujeres y dijo:- Son tres mil pesetas... y la voluntad.
- Perdone – terció la que hablaba español - pero dos servicios, a mil cada uno, son...
-No, no, - cortó Micaela - lo de tu amiga, vale dos mil....
Cuando su interlocutora indagó la causa del sobreprecio, la gitana con la mayor naturalidad le aclaró: – - - Pues porque va a ser, malage, (9) por la traducción…
De esta historia aprendí, lo importante que es - cuando se vive del turismo - saber idiomas.
J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
Vocabulario
(1) Estafador que practica un juego de apuestas callejero con cartas manipuladas
(2) (7) Policía
(3) (5 ) Cárcel
(4) Gitana
(6) Suerte
(8) Nombre dado por los gitanos, a los que no son de su raza.
(9) Sin gracia
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