Las malas relaciones existentes entre los monarcas leones y castellano, llegaron a oídos de Roma y preocupó al papado, pues el conflicto retrasaba la lucha contra los musulmanes y sembraba división en el mundo cristiano, envió un legado pontificio, con la intención de mediar en él.
Este legado consiguió que ambos reyes se reunieran en Tordehumos - Valladolid - firmando un tratado, en el cual se obligaba al rey castellano a devolver las plazas leonesas en su poder, algo que por supuesto no hizo en su totalidad, pues devolvió algunas pero no otras.
Por su parte, el leonés se comprometió a casarse con Berenguela, hija mayor del rey de Castilla, cuya boda se celebró con gran esplendor en Valladolid, en diciembre de 1197.
Sin embargo, lejos de solucionar el problema avivó aún más las disputas, pues no se entregaron los castillos de la dote de Berenguela, de quien el rey leonés hubo de separarse en 1204, ya que el Papa Inocencio III anuló su matrimonio, alegando parentesco, pese a que el Papa Celestino III lo había permitido antes y aunque ambos solicitaron una dispensa para permanecer juntos, se la denegó consiguiendo no obstante, que su descendencia fuese considerada legítima.
El día 26 de marzo de 1206 se firmó el “Tratado de Cabreros”, en Cabreros del Monte – Valladolid - el cual tampoco consiguió acabar con las disputas y por fin el 27 de junio de 1209, Alfonso IX y Alfonso VIII, firmaron un tratado suscrito por veinticuatro caballeros - doce de cada uno de los reinos - y varios prelados, como el arzobispo de Santiago, los obispos de Astorga, Salamanca, Burgos, Segovia y Palencia.
En el “Tratado de Valladolid” se dispuso que Alfonso IX entregaría a Berenguela las villas de Villalpando, Ardón y Rueda, que permanecerían en sus manos en tanto durase su vida y acordaron una tregua de cincuenta años de duración, así como mantener la paz entre ellos mientras viviesen.
Los veinticuatro caballeros que rubricaron el tratado, se comprometieron a romper sus vínculos con el monarca que lo quebrantase y a servir al rey que no lo hubiese roto, mientras los prelados presentes se comprometieron a excomulgar al soberano que rompiese la paz firmada.
Lo acordado, fue notificado al Papa Inocencio III, al tiempo que se solicitado nombrase a los arzobispos de Santiago de Compostela y de Toledo, ejecutores de las penas estipuladas para los que violasen el acuerdo suscrito entre ambos reinos.
Sin embargo tampoco se logró la paz, y cuando en 1212 tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa, no acudió a ella el rey de León, aunque permitió que sus vasallos lo hiciesen y en ausencia del castellano, el leonés procedió a recuperar lo que era suyo, aunque para no romper el edicto del Papa y evitar la excomunión, se apropió solo de las plazas que estaban dentro de sus fronteras, evitando el enfrentamiento en tierras castellanas, de modo que cuando Alfonso VIII volvió de la batalla y se encontró con los hechos consumados, nada pudo hacer.
Debido a la amenaza de excomunión, hubo incluso un nuevo pacto posterior, en el cual Alfonso VIII devolvió las plazas leonesas de Peñafiel y Almanza a Alfonso IX.
La rivalidad entre los cristinos era, con frecuencia, mayor que entre estos y musulmanes.
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