Hace unas semanas participé en un seminario de actualización en Derecho Penal.
Como todo, el derecho se ha de adaptar a los tiempos, y aunque las leyes pretenden conseguir armonizarlo con la vida, esto es cosa difícil, pues la segunda va siempre mucho más rápida que el primero.
Creo que uno de los placeres que nos brinda gratis la naturaleza, es levantarse antes que lo haga el sol y verlo emerger del horizonte, y aunque en mayo eso supone madrugar, todas las mañanas cuando aún clareaba, era con frecuencia el único viajero del autobús, aunque no sucedía lo mismo al transbordar al tren.
Los modernos trenes son rápidos y silenciosos, con vagones de dos pisos y aire acondicionado, aunque sin la figura entrañable del revisor que, con su inseparable máquina de “picar” billetes, se oía desde mucho antes de llegar. Ahora todo lo hace un ordenador, sin que sea necesaria la intervención de persona alguna.
Pese a ser una hora tan temprana el tren siempre va lleno, aunque durante el viaje nadie habla con nadie. Todos leen – o simulan hacerlo – quizás al objeto de no tener que mirar a quien se sienta frente a ellos en el vagón, y cuando una voz metálica anuncia que la próxima parada es Barcelona, todos se levantan y se dirigen en silencio hacia la salida.
Aún es temprano, y resulta delicioso pasear por el centro de una ciudad que se despereza. Barcelona, es una urbe que jamás duerme, siempre con gente en sus calles, que a estas horas todavía son cómodas para transitar, al no estar aún invadidas por los miles de turistas que diariamente las visitan.
Estos días, hacía siempre el mismo itinerario; subir a pie por el Paseo de Gracia hasta la Avenida de la Diagonal y girar luego hacia la derecha en dirección a la calle de Rosellón, en donde se impartían las clases.
Los amaneceres de finales de mayo en la ciudad condal son aun frescos y agradables, y los frondosos árboles de sus avenidas muestran todo su verdor primaveral. En las aceras, además de los camareros preparando las terrazas de los bares, llama la atención ver a hombres y mujeres, hurgando en los contenedores de basura. Unos llevan mochilas, otros bolsas o carros de supermercado, pero todos algo en donde poder guardar lo que encuentran entre los residuos.
Mientras lo hacen, hay quienes miran como avergonzados a los transeúntes, en tanto que otros, quizás ya más avezados a hacerlo, no reparan en si son o no observados... Forman parte del ejército de los "sin techo", que viven como fantasmas en bancos, parques y plazas públicas de la gigantesca ciudad...
Ya casi llegando a la Avenida Diagonal, en una de las suntuosas tiendas del Paseo de Gracia, cada día había una mujer - recogida sobre si misma - con la cabeza cubierta por un raído jersey, durmiendo sobre la moqueta de entrada que se adentra accesible hasta la puerta de seguridad.
Cada vez hay más gente así por las calles. Al verlas no puede evitarse pensar que - en alguna circunstancia - podrías ser uno de ellos, y entonces aprecias mucho más el tener una casa, una familia.. y agradeces tu suerte.
Ya en el aula - con la extraña sensación de advertir que el paseo matinal en cierto modo se ha frustrado - empezamos a hablar de la propiedad intelectual, de los límites de la coautoría o de la llamada " ley mordaza"...
Mientras, la calle se ha ido llenando de gente. Los que continúan buscando entre las basuras, ya casi no se advierten entre tanta multitud...
La vida -inexorablemente- sigue...
J. M . Hidalgo
Nada de lo que pase en el mundo nos es ajeno. Aunque tengamos un estado de bienestar para los nacidos/ciudadanos/residentes en el Estado, igualmente vendrán los pobres y desheredados del mundo. La Humanidad siempre se ha desplazado por el globo, las fronteras de los Estados solo son obstáculos pero no impedimentos. No hay alternativa a un orden mundial más justo.
ResponderEliminarLos buscadores en los contenedores de basuras: no es nada nuevo de estas fechas, hace décadas de años que ya se veían practicando dicho oficio. No sé, si es que iban practicando para cuando llegara la necesidad, o bien es que ya existía esa necesidad.
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