Tal día como hoy, 30 de diciembre de 1879, el Rey Alfonso XII y su esposa María Cristina, sufrían un atentado a las puertas del Palacio Real de Madrid, a manos del joven gallego Francisco Otero González.
Francisco Otero González había nacido en la aldea de Santiago de Lindín, Lugo, perteneciente al municipio de Mondoñedo, el 14 de marzo de 1860, según pudo averiguarse por la partida de bautismo.
Murió a garrote vil el 14 de abril de 1880, recién cumplidos los 20, en el Campo de Guardias de Chamberí, por intento de asesinato de Alfonso XII y de su esposa María Cristina de Augsburgo-Lorena, tan solo un mes después, de haberse celebrado la boda.
Otero era un imberbe de 19 años, mediana estatura, más grueso que delgado, de constitución vigorosa y aspecto poco simpático. Llega a Madrid bajo el paraguas de su pariente Francisco Seijas Arribas, portero del ministerio de Gracia y Justicia, que le dió 4.000 reales para establecer una pastelería, en el 2 de la calle de Milaneses, después de haber recorrido tahonas en Luna, Cobo, Aduana y León.
El oficio se viene abajo el 3 de diciembre, cuando se lleva los duros que hay en la caja. Por supuesto, la ayuda de Seijas también desapareció
Sin casa y sin recursos, Otero vaga por tabernas y prostíbulos como "El Habanero" y "El Café del Gato", donde se canta flamenco. Allí le oyen sus planes de suicidio, Antonio García y el pastelero Antonio Pérez Cobos. Se burlan de él y le dicen que mejor sería matar al rey. Después de todo, es el causante de su situación, por serlo de la de todos.
No cae el consejo en baldío y en noviembre, compra en Toledo un revólver, que luego cambia por una pistola en el Rastro. Practica con ella en la pradera del antiguo Canal, pero hiere a una mula y su dueño lo denuncia, por lo que es detenido y procesado. El 15 de diciembre debe presentarse al juez, pero no acude.
Poco después de las cinco de la tarde, del día 30 de diciembre de 1879, Sus Majestades los Reyes regresaban de dar un paseo por los jardines del Retiro. Lo hacían en uno de sus carruajes, pasadas las cinco de la tarde.
Al verlos, el joven gallego Francisco Otero González corrió hacia la puerta del Príncipe, se colocó entre el muro de palacio y la garita del centinela, alargó su brazo y disparó a quemarropa, con un revólver de dos cañones cargado con balas de doce adarmes.
Al ver las intenciones de Francisco Otero, el Rey Alfonso XII bajó instintivamente la cabeza, al mismo tiempo que se llevaba la mano en el cuello. La Reina, temiendo lo peor, abrazó a su esposo. Por suerte, ninguno de los dos disparos les alcanzó.
Francisco Otero González intentó escapar por la calle Bailén, pero un centinela consiguió cortarle el paso. Los guardias, temerosos de encontrarse ante un nuevo ataque anarquista contra el Rey Alfonso XII, sospechaban de la existencia de más implicados, pero estos nunca llegaron a aparecer, ya que Francisco Otero había actuado en solitario.
El atacante era el dueño de una pastelería, de la capital que apenas llegaba a fin de mes. Su situación era tan mala, que tenía la intención de suicidarse, pero antes de hacerlo le convencieron, de que era mejor tratar de acabar con la vida del Rey Alfonso XII.
Tras ser detenido en el acto, Francisco Otero fue acusado de intento de regicidio.El juicio se inicia el 7 de febrero de 1880. El quid reside en saber si debe considerarse al reo, exento de responsabilidad.
Él mismo declara que su intención no es “quitar la vida al rey, sino la de dar un gran escándalo para que le maten los centinelas”, pues él no tiene valor. El fiscal no le cree.
El tribunal rechaza la enajenación mental y le condena a muerte. El propio rey solicita su indulto, pero Cánovas del Castillo, al frente del Consejo, no accede. A las ocho y media de la mañana del 14 de abril es ejecutado, a garrote en el Campo de Guardias y sus restos enterrados, en el cementerio de San Martín.
En “La Desheredada” el escritor Benito Pérez Galdós, hace del protagonista Mariano, un trasunto de Otero.
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