Tal día
como hoy 27 de julio del 587 a. C. tiene lugar la destrucción de
Jerusalén por los ejércitos babilonios, iniciándose el cautiverio
judío que durará hasta el 538 a. C.
Jerusalén,
capital de Judá, había resistido durante años los ataques de sus
vecinos, hasta el año 587 a. C. que fue conquistada y arrasada por
el rey Nabucodonosor II.
El reino de
Judá pasó a ser una provincia del Imperio Babilónico y la mayoría
de su clase dirigente enviada al destierro, terminando con la
independencia de los hebreos y el fastuoso templo de Salomón, -
orgullo de los hebreos - que fue arrasado.
El
cautiverio de Babilonia no fue sin embargo el destierro total del
pueblo, sino que al parecer este traslado sólo afectó a las clases
altas, pues los caldeos temían que pudiese resurgir un poder fuerte,
y para eso, trasladaron a la clase dirigente capaz de liderar una
revuelta.
Como defensa
psicológica ante el cautiverio, los judíos evolucionaron desde su
antigua religión nacionalista al moderno judaísmo, iniciándose las
primeras teorías mesiánicas y dando cuerpo a la idea de que Yahveh
los estaba poniendo a prueba, para después producir un milagroso
cambio que traería consigo el final de los tiempos y el reino judío
sobre la Tierra.
Parece ser
que un grupo importantes de hebreos prosperó en Babilonia, según
reflejan textos bíblicos que los muestran en altas posiciones de
confianza de los caldeos.
Cuando Ciro
el Grande conquistó el imperio caldeo en 538 a.C. los autorizó a
regresar a la tierra de Israel, pero una importante comunidad judía
se quedó en Babilonia hasta bien entrada la Era Cristiana.
Ciro dio a
Jerusalém un estatuto semiautónomo, probablemente para tener un
estado que le sirviera de parapeto contra el, por entonces, creciente
poder de Egipto.
El Templo de
Jerusalém fue reconstruido y los hebreos consiguieron mantener un
estado casi independiente hasta la época del Imperio romano, en el
cual fueron dispersados definitivamente.
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