EL DULCE ENCANTO DE SER UN NÚMERO
Cuando se está ya más cerca de la mortaja que de la cuna, es normal hacer con asiduidad balance de las cosas y, uno de ellos me ha llevado al convencimiento de que, en la vida, somos solo números. No creo que seamos “un solo número” - como algunos opinan - sino muchos, según ocasión y circunstancia, pero números en suma.
Nada más nacer, lo hacemos como el hijo numerado de una familia, al que inscriben en un libro también numerado. Cuando tenemos un número determinado de años vamos al colegio, aspirando ser desde entonces el número uno de la clase, para lo que procuramos tener notas con números altos.
Celebramos la adolescencia con nuestro DNI, que – al fin y al cabo - es un número que nos acompaña toda la vida y que a partir de entonces, a mucha gente le interesará más, que nuestro propio nombre.
En la relación con los bancos, siempre nos asignan un número de cuenta, y comprueban luego el número de dígitos que registra el saldo de esa cuenta ya que, de no tener al menos cinco, no nos dan ni los buenos días.
La mesa electoral para votar, está identificada con un número, dentro de un colegio también numerado, en donde comprueban siempre el número del D.N.I, el de la lista y la papeleta censal, para al final ser nuestro voto, solo un número más.
De la condición de números, no se libran tampoco tus cosas, pues al adquirir vivienda, comprueban el registro numerado de la propiedad y el número de metros, de habitaciones, de la calle, la escalera, el piso y la puerta, para luego volver a inscribirlo todo en otro protocolo, también ordenado por números.
Tanta es la fuerza de la numerología, que hasta instituciones, prestigiosas como la Guardia Civil, llaman de forma reglamentaria “números” a las personas que la integran.
Hace unos días, acompañé a la viuda de un amigo a visitar la tumba de este y, como la mujer tiene mala memoria, preguntó en la recepción del cementerio donde estaba enterrado su difunto esposo.
El empleado le aclaró que para decírselo, antes tenía que saber el número del nicho, el de sección y el del pasillo del camposanto: - Aquí los nombres no importan para nada señora, solo los números...” concluyó el celador. Y pensé de inmediato: “Como hasta ahora...”
A balance concluso, creo que aunque hay quien afirma, que los seres humanos son entes con identidad propia, en realidad pienso que somos solo fríos números de una relación infinita.
Según dicen, en el más allá, pasan cuentas del número de cosas buenas y del de malas hechas en esta vida y de eso depende la suerte eterna.
Por lo que veo en la otra vida, vamos por el mismo camino...
J. M. Hidalgo
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