domingo, 24 de julio de 2016

El palo del río

 

A mi hermana Carmen, a mi amiga-hermana  Mari Pepa y a mi amigo Felix, donde quiera que esté.

El verano siempre es tiempo de ensoñación y añoranza, y quizás por eso desde hace días me ronda un recuerdo pugnando por surgir y poder así tener vida propia. Con esa intención escribo hoy esto.
   
En los veranos de mi infancia, el caudal del río Guadalhorce en la época de estiaje a su paso por Álora, superaba con creces el que lleva ahora en pleno invierno, y por eso intentar cruzarlo resultaba entonces muy peligroso.
    
Pocas eran las veces que desde mi casa, situada en la Gavia al otro lado del río, teníamos los más pequeños que ir al pueblo y siempre que lo hacíamos - salvo en las ferias de agosto y septiembre - el motivo era desagradable.

Por lo general la causa de ir venía motivada por las visitas al médico, y en estos casos o bien te pinchaban en el trasero de forma despiadada con agujas gigantescas, o como mínimo te hurgaban la garganta con unos instrumentos que siempre provocaban enormes deseos de vomitar...
   
Cuando la tarde anterior mi madre nos avisaba de que al día siguiente íbamos al pueblo, ya sabíamos que el plan de la jornada estaba estropeado. Primero - en el barreño metálico usado para tal menester - nos sometía a un minucioso baño de pies a cabeza y este baño extemporáneo - a veces al día siguiente del reglamentario - significaba en si un suplicio añadido por la forma tan expeditiva en que mi progenitora escamondaba orejas, rodillas y codos, mientras acompañaba sus inmisericordes restregones, hechos con estropajo de esparto y “jabón lagarto”, con una letanía sobre los sucios que siempre íbamos y reflexiones acerca de donde nos meteríamos para estar siempre así.
   
A la mañana siguiente antes de que el sol despuntase, y con la ropa de fiesta que era la que aún no tenía zurcidos ni remiendos, estábamos ya camino del pueblo. El medio de transporte usado - ocioso es decirlo - era el coche de San Fernando, aunque antes de iniciar el viaje mi madre consultaba con alguna vecina que hubiese ido recientemente, sobre si “el palo del río estaba  puesto o no”
   
No era trivial el asunto, pues de estarlo nos evitábamos un rodeo a través del puente de la estación del ferrocarril distante varios kilómetros, mientras el atajo que suponía la ruta “del palo”, acortaba el trayecto casi una hora.
   
Para llegar a él, habíamos a bajar siguiendo el álveo del arroyo Jevar, que aunque en verano tenía solo algunas charcas de agua verdosa, en invierno debían sortearse los caprichos de su corriente, hasta llegar al punto en donde confluía con el río Guadalhorce, lugar elegido para la ubicación del palo por ser el camino más frecuentado, ya que al no tener la obra ningún tipo de subvención ni patrocinio, esta se costeaba con “la voluntad” de los usuarios.
   
En aquella zona, el lecho del río solía ser propicio para realizar la nada fácil tarea del anclaje del pontón, a base de palos de madera clavados en su fondo, que permitían colocar luego en tramos sucesivos varios troncos de árboles, sobre los cuales poder atravesar el cauce.
   
Las modernas películas de aventuras no me han impresionado jamás porque, cruzar con cinco o seis años por aquella endeble pasarela, viendo discurrir por entre las grietas de separación de los troncos el agua de forma caudalosa, es una impresión que difícilmente se olvida.
   
Al lado izquierdo o derecho del río– según el sentido de marcha de los transeúntes - esperaba el constructor de la obra con una boina en el suelo en donde aquellos dejaban las perras gordas, o todo lo más alguna peseta como pago del “peaje” con el que sufragar los gastos de construcción y permitir ganar algo al improvisado pontonero..
   
En más de una ocasión hubo este de hacer de espontaneo salvavidas, cuando alguien en medio del cauce sufría un ataque de pánico quedando agarrado a la barandilla de la inestable plataforma – muchas veces un simple alambre - llegando incluso a caer al cauce.
   
El “ingeniero de la construcción”, de apellido Coronado - siempre el mismo durante años - con sus artesanales puentes prestó a toda la comarca en aquella época, una ayuda mucho más eficaz que la de todo el Ministerio de Obras Públicas en pleno.

Por mucho menos que eso, hay gente a las que se ha dedicado una calle...

J. M. Hidalgo (Recuerdos de adolescencia)

1 comentario:

  1. También viví momentos, más recientes, por esa zona. Gracias por hacernos recordar aquellas "aventuras".

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