lunes, 4 de julio de 2016

La volantes

 


Desde niña, su madre la había hecho bailar en las fiestas del pueblo y en reuniones de amigos con un traje de “faralaes”(1) en el que todo eran volantes y al poco, los que la conocían se fueron olvidando que se llamaba Pilar, para nombrarla ya siempre “la volantes”.

Cuando a mediados de los años setenta, llegó a Barcelona desde su tierra del sur, era una jovencísima y bellísima mujer y llevaba en su maleta, además de las fotos familiares y su inseparable traje folklórico, unas ansias infinitas de luchar y superarse, y dos metas claramente definidas: trabajar y sobrevivir.

La época - transición del antiguo régimen político a la actual democracia - no fue muy propicia al arte de la recién llegada, y aunque no tardó en encontrar trabajo en un “tablao” de la ciudad, al poco de estar en él, el empresario la llamó para informarle, que no se llenaba el local, que el baile flamenco estaba demasiado visto, que los tiempos demandaban otras cosas y …que en fin, había decidido para estar con lo que el público pedía, montar una nueva revista cuyos números principales eran “desnudos artísticos”, en el que ella - de querer - podría participar.

“La volantes” tras sopesar varios días si aceptar o marcharse, decidió que, al fin y al cabo, todo era trabajo y que, que más daba una cosa que otra, y así a sus veintidós espléndidas primaveras, inició una nueva andadura sobre el escenario, ahora como atracción principal, con un número consistente - con la ambientación y música adecuadas - en irse desprendiendo de su ropa hasta quedar finalmente, tal y como su madre la trajo al mundo.

Por entonces, el permiso de la Autoridad para tales espectáculos, no permitía más que  el desnudo de cintura para arriba, y aún eso con muchas reservas, pero como realmente este era total, se mantenía un servicio de vigilancia en el local, para que caso de que el delegado gubernativo hiciese su aparición, no viese más que lo que tenía que ver.

Cuando esto sucedía  - y  pasaba con  frecuencia -  una señal convenida a la artista, hacía que esta deshiciera lo hecho, y volviera a colocarse, al ritmo de la música, la prenda inferior de su atuendo, lo que originaba los silbidos del respetable, que siempre quería  más y más.

Una tarde, que había ya repetido esta operación tres o cuatro veces, le preguntaron que como iba todo. “La volantes” de no muy buen humor por las continuas protestas del público contestó:

- “Ya lo ves, aquí estoy como los coches en un atasco, todo el rato embragando y desembragando...”


En el mismo teatro trabajaba, como encargada de la limpieza, Ricarda, mujer también llegada del sur, y que era, en todos los sentidos, la antítesis de Pilar. Fea, gorda, desgarbada, vulgar, poco inteligente, indiscreta...

Pese a todas estas “virtudes” o quizás precisamente por ellas, Ricarda fue captada por una organización extremista de ultra -izquierda, de aquellas que - como setas después de una lluvia - proliferaron en la transición política española y cuya vida fue tan efímera como irreales sus programas, muriendo todas -felizmente de muerte natural - en las primeras elecciones democráticas.

Ricarda, designada por la organización representante sindical en el teatro, con un programa reivindicativo acorde con su ideario, una tarde, abordó a “la volantes“ en su camerino, y cubo de fregar en mano, e idéntica delicadeza a la que tendría un rinoceronte haciendo punto, comenzó a exponerle su programa político, con la intención no bien definida, de si captarla para su causa o simplemente  amargarle el día.

-Verás - le dijo - esto va a cambiar en breve, y por eso te interesa mucho estar a bien con los míos. Cuando dentro de poco mandemos, todos vamos a cobrar igual, sea cual sea su trabajo. Se acabó para siempre la desigualdad y tanto tú, como yo, tendremos la misma paga.

“La volantes” - que hasta ese momento no había vuelto ni la cabeza - al oír la propuesta dejó de maquillarse y mirando a su interlocutora le dijo:

- Mira, eso si que me parece bien, pero estarás de acuerdo conmigo en que el trabajo también sea igual, y ya que las dos cobraremos lo mismo, también  es justo que hagamos lo mismo. Así que a partir de mañana, yo me encargaré de fregar el suelo, y tú te subirás al escenario a enseñar el culo, a ver cuanta gente viene a verte.

El proyecto sindical de Ricarda quedó, como es lógico, aquí.

Hoy Pilar “la volantes”, ya solo para sus amigos - a sus sesenta años y tras haberse mantenido en el escenario, hasta que el tiempo hizo perder al objeto de su arte, parte de su belleza y lozanía, regenta, junto con una de sus hijas, un bar que compró con los ahorros de toda su vida.

En él aún cuenta a los que la conocen, sabrosas anécdotas de sus muchos años de escenario, de las que es posible quizás otro día volvamos a hablar.

(1)  Faralá = adorno en forma de volante.
   
J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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