sábado, 16 de julio de 2016

Llumener

LLUMENER

Algunas personas piensan, que solo en su país, su región o su ciudad, se saben hacer bien las cosas, y que el resto de la humanidad vive en la incultura, la oscuridad y la ignorancia. Yo, amigo lector, fui en un tiempo tan pueblerino como acabo de describir, pero - como alguien dijo- los nacionalismos se curan viajando, y eso felizmente, me sucedió.

En mi tierra había un dicho - que creía único - atribuido a aquellas personas que tenían malos instintos para con sus semejantes: “Tiene más mala leche que un mulo blanco” decía… Nunca comprobé su veracidad, entre otras cosas porque jamás vi un animal de este color, y fue precisamente a mi llegada a Cataluña, cuando tuve ocasión de contrastar la exactitud de la popular frase de mi tierra.

El hecho que narro, sucedió en la comarca del Pallars Sobirà, situada en el prepirineo, a un labrador de la misma llamado Ferrán Capdevila. Tenía nuestro personaje en su hacienda, una considerable cantidad de animales, y un día vio como su censo se incrementaba con uno diferente.

Era un mulo, engendrado del cruce entre burra y caballo, que ya al nacer, hizo fruncir el ceño al mozo del establo que ayudó al parto, puesto que el animal era blanco y eso - según dijo a Ferrán, mientras le contaba como había sido el nacimiento - no traía nada bueno.

Nuestro hombre, que no creía en ningún tipo de dichos, no hizo el menor caso al comentario de su empleado, aunque bien pronto pudo comprobar cuanto de cierto había en sus palabras.

A pocos meses de su nacimiento el burdégano, (1) había ya destrozado a mordiscos las ubres de su madre; lastimado a coces las patas de tres cabras con las que compartía corral, y abierto en dos ocasiones - nadie supo como - la puerta de la cerca en donde se guardaba el ganado, que hizo que este se dispersase, tardándose varios días – en ambas ocasiones - en poder reunirlo de nuevo.

Pero lo que colmó el vaso de la paciencia de su dueño, fue una tarde en que “Llumener”(2) - que así se había bautizado a la pequeña bestia - tras escaparse, entró en la masía y de encima de una mesa en donde se hallaban preparados para pagar, se comió todos los billetes de banco importe de la nómina de los jornaleros, dejando a esos sin cobrar por unas semanas, y a su dueño con un gasto imprevisto de consideración. El sentido práctico de Ferrán, le aconsejó entonces, vender el mulo cuanto antes.

A la semana siguiente había feria de ganado en el pueblo y bien temprano - con el animal de la brida - se encaminó hacia ella. De seguida pudo comprobar que eran muchos lo que sabían aquello del color, porque tras pasar el día entero haciendo de plantón, ni tan siquiera hubo un comprador que se interesase en su mercancía, y el que lo hizo fue para advertirle - cosa que ya tristemente sabía - de la mala fama que solían tener los animales de aquel pelaje. Por la noche, cansado y aburrido, regresó nuevamente a su casa y mientras lo hacía, se le ocurrió la gran idea.

 Un mes más tarde - durante el cual “Llumener” hizo al menos tres nuevas fechorías - volvió de nuevo a haber feria en una localidad lejana, y Ferrán se preparó para acudir a ella.

En primer lugar, compró en una tienda del pueblo unas cuantas latas de pintura gris y útiles para aplicarla - “Es para las puertas de los cobertizos”- explicó a preguntas del comerciante. Después, ya en casa, y tras trabar a “Llumener” de cuatro patas, dio al animal dos cuidadosas manos de pintura, luego esperó.

El día del mercado, pasada ya media mañana, y llevando un joven mulo gris de buena presencia, entró a la feria. Al poco rato, se acercaron a Ferrán dos tratantes de ganado de raza gitana, interesados en comprar, y tras conocer las buenas condiciones que el vendedor ofrecía - por motivos de urgente necesidad, según les dijo - y una vez examinaron los dientes del burreño para averiguar su edad, se cerró el trato, y gitanos por un lado, y labrador por el otro, salieron ambos de la feria.

No se habían alejado ni un kilómetro del lugar, cuando se desató una tormenta de verano, que en no más de treinta minutos, anegó el paisaje e hizo correr arroyos y torrenteras.

Los compradores, con “Llumener” asido del ronzal, continuaron caminando, hasta que en medio del chaparrón uno de ellos volvió la vista al animal y su visión le dejó atónito. El mulo se estaba volviendo blanco por el lomo, e iba adquiriendo rápidamente una tonalidad cada vez menos gris hasta llegar a sus patas, por donde este color “descendía” a chorros hasta el suelo.

Los gitanos, que también conocían la fama que el color blanco daba al animal, tras maldecir la memoria del vendedor payo, que tan ladinamente les había engañado, conferenciaron entre ellos y resolvieron dar rápida solución al problema.

Días más tarde volvieron a acudir a otra feria con “Llumener”, al que previamente habían convenientemente maquillado, más o menos como Ferrán hiciese la vez anterior. Antes de ir, no obstante, se informaron por un entendido en asuntos del tiempo, de que aquel día no se esperaba riesgo alguno de lluvia.

No he vuelto a saber -y lo digo con pesadumbre- que fue de “Llumener” después de esta su segunda, y probablemente no última venta.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

(1)Burreño / Burdégano - Mulo nacido del cruce de asna y caballo
(2) Llumener = En catalán, Lucero



No hay comentarios:

Publicar un comentario