martes, 19 de abril de 2016

El gordo de Navidad


Podría afirmar - sin temor a equivocarme - que todos hemos soñado alguna vez, lo que haríamos si nos tocase la lotería. Seguro que esto que acabo de afirmar, es cierto de una forma genérica, pero es más que probable, que esos sueños los hayamos tenido - sobre todo - con la lotería de las loterías, que no es otra que la de Navidad.

La lotería “del gordo de Navidad” es, sin duda alguna, la reina de la loterías y como suele siempre ocurrir cuando los beneficios de un negocio se juzgan fantásticos, surgen a su sombra una pléyade de listillos, espabilados y tunantes, dispuestos a medrar, a cuenta de la buena fe del prójimo.

Y para muestra, va la primera. Hace algunos años, a comienzos de diciembre, visitaba mi oficina, un empleado de otra próxima, que con una sonrisa de oreja a oreja, y sobradas dotes de persuasión, ofrecía participaciones para el famoso sorteo - según decía - sin ganar nada en ello.

Siempre vendía una buena cantidad de papeletas, tanto allí, como en otros despachos próximos, operación que cada año repetía, con idéntico éxito, salvo con un compañero de trabajo, que aunque jugaba a otros número, siempre declinaba comprarle a él.

Movido por la curiosidad, le pregunté el porqué de su  proceder, y me confesó.- Lo hago, porque sé de buena tinta, que no compra nunca el número...

En principio me negué a creer tal cosa, pero mi amigo, con ánimo de convencerme agregó. - Verás, el día del sorteo, cuando lo esté oyendo, con cualquier excusa, llévale donde no puede seguir escuchando, y te lo demostraré…

El día de la rifa, cuando todo el mundo tenía a mano un aparato de radio para oír los premios, con el pretexto de hacerle una pregunta sobre un tema personal, le invité a tomar un café en un bar, en donde antes, me había cerciorado que no tenían radio.    

Estábamos en ello, cuando entró mi amigo en el establecimiento, y con gestos de alegría, se dirigió a los dos exclamando. ¡Enhorabuena!. Acaba de salir el gordo y… chicos… que suerte habéis tenido, porque es el que tú vendiste hace unos días... ¡Mala suerte de no haber comprado!, concluyó lamentándose, mientras nos estrechaba eufórico entre sus brazos.

La cara de mi interlocutor, quedó de repente, como si le hubiesen extraído hasta la última gota de sangre y mientras balbucía unas incoherentes palabras, salió del local.

Siguiendo las indicaciones de mi amigo, fuimos tras él, hasta ver como se acercaba a un aparato de radio, en donde permaneció - blanco como el papel - hasta comprobar que “afortunadamente”, el número por él vendido, no había resultado premiado.

Como es lógico, nunca más volví a comprar lotería de nuestro personaje, que - y aunque me pareció mentira - el año siguiente, y como si nada hubiese pasado, volvió a ofrecerme.

Aunque no tengo constancia, de que en ninguna ocasión le sucediese la desgracia de dar un premio, si conozco - en cambio - el caso de otro sujeto al que si le ocurrió. Se apellidaba Escamez, y era conocido, por todos sus conciudadanos en una ciudad del sur.    

Gracias a esta popularidad, el amigo Escamez, repartió a diestro y siniestro, miles de participaciones de un número por el inventado, y que aquel fatídico veintidós de diciembre, salió premiado con uno de los gordos.

De la alegría de los primeros momentos, entre los presuntos agraciados, se pasó - una vez se supo el engaño - a varios intentos de asesinato del bueno de Escamez, acabando por último, con una denuncia en Comisaría, y luego en el Juzgado de Guardia, de donde salió nuestro personaje, con destino al penal provincial, por un presunto delito de estafa.

Pero las desdichas de nuestro hombre, no habían hecho más que comenzar, porque entre la población reclusa, había también engañados, y cada vez que salía al patio de la prisión, todos los internos formaban dos filas a su paso, y mientras una de ella cantaba - en el más puro estilo de los niños de San Ildefonso - el número premiado, la otra recitaba los millones, con idéntica cantinela, coros que le acompañarían todo el tiempo de prisión, e incluso en la calle cuando, por fin, fue puesto el libertad.

Sin embargo, el genio en materia de loterías navideñas, fue para mi Fulgencio Panoca. Antes de hablar de tan singular personaje, no sé si sabes, amigo lector, que el número más alto del sorteo de Navidad, no era - hasta fechas recientes, como parecería lógico - el noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve, sino el sesenta y cinco mil novecientos noventa y nueve. Este hecho, que no todo el mundo conocía, era utilizado, por nuestro héroe, para sus trapicheos con la diosa fortuna.
   
Valiéndose de este, casi general desconocimiento, Panoca hacía imprimir participaciones de números superiores al último del sorteo, con lo que aseguraba la total imposibilidad, de que nunca saliese premiado, y una vez encontrado el “julay” (1) que lo comprase, y tras descontar gastos de imprenta, todo era ganancia.

Completaba su engaño haciéndose pasar por militar - nada menos que coronel - excombatiente, e incluso herido en acción de armas, hechos todos ellos, que en la España de los años cincuenta, del pasado siglo, tenían mucho predicamento.

Era tan bueno, que llegó a vender papeletas en el casino militar de Barcelona, y algunas, hasta al propio Capitán General de Cataluña, asegurando que los beneficios serían destinados a la Asociación de Huérfanos del Ejército, misterioso ente, del que nuestro personaje, era único integrante y beneficiario.

Si cerca de Navidades, paciente lector, te ofrecen - como es más que seguro - participaciones del gordo de Navidad, no olvides comprobar quien las patrocina y sobre todo, si el número está dentro del bombo.

Es posible, que con eso, te evites más de un disgusto.

(1) Julay - En caló, primo, persona víctima de engaño.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

No hay comentarios:

Publicar un comentario