Una de las garantías en materia de libertades, que el sistema democrático lleva aparejado, es la del Habeas Corpus.
El latinajo, no quiere decir, sino que cualquier persona detenida por la presunta comisión de un delito, tiene la posibilidad - si así lo solicita – de ser conducido inmediatamente ante el Juez, el cual resolverá - también de forma inmediata - si su detención está conforme con el derecho, es arbitraria, o vulnera algún tipo de normas, y en su caso, la autoridad judicial, restablecerá el bien lesionado, que es - nada menos - que la libertad personal.
Pero como casi siempre suele pasar, las autovías las usan solo los que tiene coche, y más o menos eso sucede con el Habeas Corpus.
Quiero decir, que las personas que pagan sus impuestos, respetan la propiedad ajena, circulan por la derecha, ceden los asientos a los ancianitos, dan las buenas tardes cuando llegan, y el adiós cuando se despiden, y, en resumen, no suelen tener tropiezos ni discusiones con nadie, casi nunca se verán forzados a usar de la dicha garantía, porque tienen muy pocas probabilidades de ser detenidos.
Sin embargo, los que actúan en forma absolutamente contraria a todo lo anterior, y hacen otras cosas que me callo, la usan un día si u otro también, y si no la usan están en disposición de hacerlo, porque se pasan más tiempo en los juzgados y comisarías, que en su propia casa.
De estos quiero hablar hoy, porque no sé si sabes, amigo lector, que jamás un caco, aunque haya sido sorprendido con las manos en la masa, reconoce su culpa. En primer lugar porque en ningún caso o casi nunca, tiene conciencia de ella, ya que lo que él hace – y así lo manifiesta con frecuencia - es “un trabajo diferente”.
Por ello, no resultó sorprendente, que nada más entrar en vigor este derecho, una auténtica avalancha fuera presentada ante la autoridad judicial, pensando que esta dejaría a sus peticionarios libres, para poder seguir “trabajando”.
Pero al no estar demasiado versados en la nueva figura, las peticiones ante la policía eran de lo más peregrino. Así en cierta comisaría, un detenido, que lo había sido ya en más de cuarenta ocasiones, solicitó un “Habas Corpus”.
El agente de guardia, socarrón, no se inmutó ni un momento, y le dijo.-Lo siento, pero hoy no tenemos habas sino judías con chorizo. Molesto con la broma, al llegar al juez, manifestó que no le habían dado, al momento, el “habas corpus” y su señoría - que tenía el día bromista - le aclaró.-“Es que es muy difícil encontrar habas en verano....”
En otra ocasión, un delincuente metido a leguleyo, pidió un “Corpus christi”, y en este caso le informaron, que eso era tres calles más arriba, en la parroquia de los Trinitarios... o aquella mujer, que, detenida por causar lesiones graves en una pelea, a otra prójima, se desnudó completamente en el juzgado, solicitando el derecho de “A ver el Corpus”, por parte del Sr. Juez, ya que el suyo – según argumentaba - lo tenía también hecho unos zorros tras la riña.
Otro de los que tengo recuerdo, lo leí una vez tramitado, y por la forma en que se redactó, no puedo resistirme a reproducirlo aquí.
Habían detenido a dos amigos de lo ajeno, poco después de haber afanado - por el procedimiento del tirón – el bolso a una ciudadana, entrando luego en la casa de esta, con la llave que había en su interior.
Fueron sorprendidos por la policía en el piso, cuando estaban “limpiando” a conciencia la vivienda, mientras al objeto de evitar ser descubiertos, por las huellas dactilares, toqueteaban todos los objetos con sus propios calcetines, colocados a modo de guantes.
Obviando las faltas de ortografía del escrito - que las había a razón de cuatro por renglón - la demanda al Sr. Juez decía lo siguiente:
“A su ilustrísimo Sr. Juez: Me llamo Fortunado Rendueles. Estoy detenido, si, soy culpable, si, lo soy de intentar devolver un bolso, de cuya dueña venía en el carné de identidad la dirección, y a la cual me imagino, que nadie pueda decir que le he pegado un tirón.
Todo fue como cuento, simplemente al llevar - con un amigo mío - a mi hijo al colegio, nada más dejarlo, un poquito más palante, me encontré un bolso cuya propietaria desconocía, y me dirigí a su casa, con la intención de entregárselo.
Al llegar a la puerta de abajo, estaba medio abierta. Allí nos cruzamos con una señora que abrió una segunda puerta, y amablemente pasamos detrás de ella. Al llegar al piso de la dueña del bolso, vemos que también su puerta está entreabierta, y pasamos para ver si estaba en casa, y poder devolvérselo.
Antes de poder reaccionar, llegan unos agentes de policía, nos apuntan con sus pistolas y nos dicen que pasemos al salón. Una vez dentro, nos tiran al suelo, sin dejar que les expliquemos que estamos haciendo allí. Ya en el suelo, nos quitan los zapatos, nos sacan los calcetines, nos los ponen en las manos, y después dicen que estamos robando la casa, y nos llevan a la Comisaría. ¿A quien le he robado el bolso?, ¿quien me ha visto hacer algo malo?
Su Señoría, hace como unos tres meses que no me detienen, y todas las demás siempre han sido por tonterías. Por una vez que intento hacer un bien - como me hubiera gustado que lo hicieran a mi madre - me quitan el dinero, me encierran y de lo único que soy culpable es de haber intentado hacer el bien a mi prójimo. Señoría Ilustrísima haga justicia, y reciba un afectuoso saludo.”
El Juez, mientras ordenaba el ingreso en prisión del personaje, por un presunto delito de robo con fuerza en domicilio, más otro de hurto al tirón, comentó al secretario: –“Que escritor más imaginativo se ha perdido la literatura...”
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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