¿Has estado alguna vez en las islas Canarias? De no ser así, querido lector, te aconsejo que lo hagas. Te aconsejo, que te pierdas por un tiempo en las blancas playas de Gran canaria, en las empinadas laderas del Teide, en las silenciosas y siempre vivas dunas de Fuerteventura, o en la indescriptible y mágica belleza de Lanzarote, porque perdiéndote en ellas, tendrás una enorme posibilidad de encontrarte a ti mismo.
Pese a lo que acabo de decir, no es que de improviso me haya convertido en guía turístico, ni gurú de una secta contemplativa. El motivo de mi invitación, se basa en la propia experiencia, tras haber vuelto al archipiélago muchos años después de mi primera estancia en él, y encontrarlo, más acogedor, más bello, y con más alegría que en la primera vez.
Recuerdo que en aquellos años - principios de los setenta - nada más llegar, se percibía en el insular, un recelo innato hacia todo lo que viniese de la península. “De donde solo nos llegan -decían - órdenes, impuestos y godos “.
Las dos primeras cosas las entendías de seguida, pero la última, te sonaba a la famosa lista de reyes, que de memoria te habían hecho aprender en el colegio, y de la que ya solo recordabas vagamente, que casi todos acababan en “ico “.
Poco tardabas, no obstante en saber, que según tu actitud, el “godo” podía ser tu propia persona, y no había transcurrido más de un mes en tu nueva residencia, cuando alguien terminaba por contarte la historia.
En realidad, cuando lo hacían. - según me enteré más tarde - era porque ya se habían hecho una idea de ti, y se te consideraba como “godo” o como “peninsular”, que eran las dos categorías de los recién llegados, y que respondían a dos tipos muy diferentes de personas.
El primero hacía referencia al individuo prepotente, avasallador y perdonavidas, en tanto que el segundo, aludía a aquella persona, que sin sentimiento alguno de superioridad ni diferencia, se integraba, como uno más, en la vida y costumbres insulares.
-Verás - comenzó a decir un día un amigo canario en una tertulia en donde yo era el único de fuera - resulta que en una ocasión llega a las islas un godo, pero godo… godo…, y hacía especial énfasis en la denominación, para dejar bien patente así, el talante que debía tener el sujeto.
-El caso es - continuó - que entra el godo en un restaurante, y pide un filete con patatas. El camarero, tras haberle servido, le aclara: -Discúlpeme señor, pero aquí a las patatas, se las llaman “papas”.
Al poco –el godo- vuelve a dirigirse al empleado, y en tono imperativo le pregunta, que donde tiene la parada el autobús, para ir al puerto: -Perdone otra vez, pero aquí al autobús, le llamamos “guagua”, le informa de nuevo.
Enfadado por las correcciones, el godo tras pagar la cuenta, pide un poquito de agua. El camarero, mientras le sirve lo demandado, le dice nuevamente; -Le ruego que vuelva a disculparme, pero aquí no decimos un poquito, sino un “pisquito” de agua.
Pensando que le están tomando el pelo, el sujeto, se encara al dependiente, y de muy mala forma le grita:-¡Oiga usted, y ya que tiene nombres para todo, aquí a los hijos de puta ¿como les llaman?!
Entonces se ilumina la cara del camarero, que con una sonrisa le dice: -Mire usted señor, aquí a los hijos de puta se les llaman godos, pero no les llamamos… vienen solos.
Después de reír francamente la ocurrencia, me enteré, que había pasado mi último examen y que, desde ese momento era ya considerado, en aquel círculo, en donde nunca había tenido problemas de integración, como “peninsular”.
No sucedía lo mismo, no obstante, con otros, que llegados de diferentes puntos de España, no habían acabado de encajar en la vida y costumbres canarias, y entre ellos se contaban, godos, visigodos, ostrogodos y de otras denominaciones aún sin catalogar.
Uno de estos, me decía un día, buscando con sus palabras la revancha por su inadaptación a la nueva sociedad.
-A mi no me preocupa que me llamen godo, a fin de cuentas - razonaba - un canario no es sino un godo que llegó antes...
No quise discutir con él, entre otras cosas porque pienso, que de la discusión, jamás sale la luz, pero no estuve de acuerdo con su análisis, ya que creo que, aunque he conocido a algún canario descendiente de godos puros, la inmensa mayoría de los habitantes de estas islas son - sin duda - de ascendencia peninsular.
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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