martes, 12 de abril de 2016

El estupro



El antiguo y ya derogado Código Penal, en su título dedicado a los “Delitos contra la honestidad” - que así se llamaban legalmente entonces todas aquellas acciones que atentaban contra el sexto mandamiento - dedicaba uno de sus capítulos al estupro. Se cometía: “Yaciendo - eran sus palabras textuales - con una mujer mayor de doce años y menor de dieciséis, sin violencia o intimidación y cuando en ello mediase engaño”.
       
Era este delito de los llamados - por un abogado amigo, nada agraciado físicamente- “de obligado cumplimiento”; porque, razonaba - seguramente pensando en sí mismo - “-A ver como se puede llevar alguien a la cama, a una joven de quince años, sin antes haberla engañado de alguna forma”.

Tras esta introducción, hecha al solo objeto de entrar en materia, paso a contarles la historia de Cándido.

Había cumplido ya largamente los veintiocho años, y vivía en la Andalucía rural de finales de los cincuenta. Nunca había salido de las tierras de sus padres, quitados los dos años, que, para cumplir con su servicio militar pasó en Sidi Ifni, entre alacranes, cardos y chumberas, y nada más regresar del deber patrio conoció a Rosita, angelical criatura entre niña y mujer, que un día como una aparición, se plantó ante él en los campos, haciéndole descubrir lo que - pensó - debía ser un ángel, y destrozando de paso, su corazón.

Pero Cándido no solo se enamoró platónicamente de Rosita - su edad ya no era para eso - sino que la muchacha despertó en él - de fijo sin ella saberlo - instintos dormidos desde nuestra época de primates y…claro, pasó lo que había de pasar.

Una traidora tarde de verano del sur, en las que todo parece posible, cuando el día comienza a jugar al escondite con la noche, Cándido, se encontró por casualidad con Rosita en los trigales y…que si tienes cosquillas…que si no corras que solo será un besito…el caso fue que nuestros protagonistas, sin casi advertirlo, acabaron enredados en un sudoroso y carnal abrazo, sobre la suave paja de una parva de cebada. (1)

Rosita, que a sus quince espléndidas primaveras, era la primera vez que conocía de varón, tuvo una tremenda hemorragia; al igual que Cándido, que a pesar de su edad tampoco había catado nunca una hembra, y como no sabía que la fimosis - de la que no estaba operado - pudiese ser obstáculo para aquellos menesteres, acabó también sangrando tanto o más que ella.

La  cosa concluyó pues - como en los dramas de Lorca - con sangre por todas partes, y dado que lo de Rosita fue difícil de tapar, y sus padres la tenían reservada a otros destinos más elevados que Cándido, el asunto acabó en denuncia contra él ante el Juzgado, en principio por violación y más tarde, cuando se supieron los detalles, por estupro.

Hasta llegar el día de juicio, en el pueblo se hicieron del suceso -como es de suponer - bromas y chirigotas de todas clases y, por fin, aconteció la fecha de la vista. La sala estaba llena hasta la bandera y ante la expectación general, fueron compareciendo los personajes.

Primero lo hizo el culpable, serio y con la mirada baja, luego la víctima recatada y discreta, acompañada de su madre, Doña Paca, mujer esta más cursi que un repollo, que se propuso ser el centro de atención de todos, y que ya desde su llegada, no paró ni un instante de increpar a Cándido, con toda suerte de improperios, repitiendo al final de cada frase y de forma machacona “…Y este desalmado me ha deshojado a mi Rosita...”.

Nuestro hombre, aguantó desde su asiento en silencio todos los insultos, sin replicar a ninguno, hasta que, faltando ya poco para la conclusión del juicio, y cansado ya de una situación que parecía no acabar nunca, se levantó de su silla, y con voz que se oyó en toda la sala replicó:

-“Señora, ya está bien con eso de que yo he deshojado a su Rosita. Sepa usted por si no se había enterado todavía, que su hija también me ha deshojado a mí mi capullo, y yo de eso nada digo...”

El jolgorio fue general, y hasta su señoría, sin perder la compostura a que su cargo le obligaba, se vio forzado a hacer un discreto mutis hasta su despacho, para allí poder en soledad,  reír a carcajadas.

(1) Parva = Mies tendida en la era, trillada o sin trillar.

J.M. Hidalgo.(Historias de Gente Singular)

No hay comentarios:

Publicar un comentario