El asunto empezó con una cuestión tan trivial, y al mismo tiempo escatológica, como hacer un pedido de papel higiénico, para los retretes del Aeropuerto de Barcelona, y para ello se recurrió al sistema del concurso, siendo citados todos los proveedores de la materia prima necesaria, al objeto de poder calibrar que oferta resultaba la más ventajosa.
Una vez ultimada la rueda de entrevistas, se sometió la cuestión al Comité Aeroportuario, que bajo la presidencia del director del centro, analizó por boca del encargado de los suministros, las gracias y desgracias, de cada uno de los productos ofertados.
Al final, todo quedó reducido a dos opciones, un papel de doble faz y fino tramado, que era el que hasta aquel momento se había venido usando, y otro nuevo, marca “El elefante” que había hecho irrupción en el mercado con una agresiva campaña de ventas, y cuyas características eran, el estar satinado por una de sus caras, y tener más metros por rollo. Pero lo que le hizo ser el favorito de la asamblea deliberadora fue su precio; cinco pesetas por unidad, mientras el que estaba en uso superaba las diez.
- Hay una pequeña condición – informó el responsable de compras – se debe hacer un pedido de cien mil rollos, aunque, a la larga, se ahorrará mucho dinero...
Tras corta deliberación, se optó por realizar el macro pedido, y pocos días más tarde, un camión lleno hasta los topes de papel higiénico, descargó en el almacén de mantenimiento los cien mil rollos, dejándolo saturado hasta la misma puerta.
En poco tiempo, “El elefante”, era el único papel en uso en los distintos lavabos de la estación aérea y con él, llegaron también los problemas.
El papel - que a primera vista tenía muy buen aspecto - estaba satinado por una de sus caras, y en ella era resbaloso y refractario al agua, mientras que por la otra presentaba una gran aspereza, con lo que resultaba incómodo de usar por ambos lados, pero además - al poco - un grupo de mujeres que trabajaban en el edificio comenzaron a quejarse, de que el uso del nuevo papel, producía severas irritaciones en sus partes más íntimas.
- Eso es que no lo saben usar - argumentó un responsable al conocer la naturaleza del problema, lo que fue rebatido de inmediato, por una mujer de la limpieza – lenguaraz ella – que en la intimidad de la tertulia con sus compañeras argumentó.
-¡A ver si va a enseñarme el tío ese, después de cuarenta años, como tengo yo que limpiarme el coño...!– y se quedó tan fresca.
Pero con ser molesto, el problema de los picores, no era el menor. El nuevo papel, debido quizás a su condición de satinado, era prácticamente indestructible con el agua, y como consecuencia de ello, al cabo de una semana de uso, comenzaron a registrarse pequeños atascos en los sanitarios, que eran resueltos a base de mocho de fregona.
No habían pasado ni quince días, cuando varios de los retretes registraron obstrucciones severas en las cañerías inferiores, por lo que a partir de entonces, se hubo de recurrir a los servicios de bomberos del centro, para que con sus mangueras, inyectasen agua a presión en el sistema de desagüe, y lo dejasen de nuevo operativo.
Una noche, cuando ya el procedimiento descrito había comenzado a ser casi rutinario, el oficial de servicio recibió una nota de mantenimiento, en el sentido de que - por enésima vez - el sistema había vuelto a colapsarse, por lo que se llamó a la cuba correspondiente, para realizar el consabido desatasco.
Normalmente se esperaba a realizar tales cometidos durante la noche, porque los urinarios, y la misma aerostación - por lo general - permanecía prácticamente desierta, ante la inexistencia de vuelos.
Con la misma diligencia de siempre, los empleados del servicio anti incendio introdujeron la manguera por uno de los retretes, pero a diferencia de ocasiones anteriores el atasco persistía. Visto lo inútil de sus esfuerzos, decidieron aumentar al máximo la potencia de la bomba inyectora, lanzando en escasos minutos, miles de litros de agua a presión, por la red de tuberías.
- Ahora si ha funcionado- respiró tranquilo el jefe de equipo, viendo como bajaba el nivel del agua en los sanitarios.
No había concluido de hablar, cuando se oyó a alguien gritando desaforadamente al otro extremo del enorme vestíbulo, y lanzando expresiones incomprensibles, pues lo hacía en alemán.
Rápidamente se dirigieron al lugar del griterío, que correspondía a los lavabos, de donde vieron salir – pantalones a medio bajar y cubierto de pestilentes heces de los pies a la cabeza - a un rubicundo teutón, que había sido sorprendido por la salida del agua a presión, sentado en la taza del retrete haciendo sus necesidades mayores, las cuales le fueron reintegradas en su totalidad, acompañadas de todas las que contenía, el resto de tubería.
El incidente se saldó con la colérica queja del germano, y la indemnización correspondiente por el traje, y las pertenencia que portaba, ya que todas quedaron de un marrón indeleble y un olor indescriptible, por lo que, en vista del creciente cúmulo de problemas que el nuevo producto higiénico generaba, se convino una reunión de responsables para buscar salida el conflicto.
Por unanimidad, se decidió retirar de inmediato el papel de las discordias, el cual, pese a todo, aún no había acabado su vida activa.
Dada su condición de satinado, tras ser debidamente troceado, acabó su peripecia – hasta su total extinción - usado para hacer los partes de servicio en el departamento de mantenimiento del Aeropuerto...
Y es que, en aquellos años – finales de los sesenta del pasado siglo - no se tiraba en nuestros país nunca, nada de nada.
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
No hay comentarios:
Publicar un comentario