EL GRIFO
Hace ya años, un amigo gallego, más listo que el hambre, me decía refiriéndose a sus conciudadanos, que estos se dividían en dos clases, los que veían crecer la hierba y los que se la comían.
El, naturalmente – y sobradas pruebas me dio de ello – no solo era de los que la veían crecer, sino que pertenecía a los privilegiados que hasta oyen la semilla germinar bajo la tierra, quiero decir, que era un lince entre los linces.
Pero esta división entre medidores de tallos, y devoradores de forraje, no es exclusiva de las tierras gallegas, y como en todas partes cuecen habas, no hay rincón del territorio patrio, a aún afirmo que del mundo entero, en donde ambas categorías de sujetos no se den con idéntica prodigalidad.
Por eso, cuando la cosa se pone realmente interesante, es cuando uno del extremo clarividente, confluye con otro del espectro mastuerzo, y esa es la historia que seguidamente me propongo contar.
El hecho hace ya algún tiempo que sucedió, y la verdad es que no puede culparse totalmente a su autor, porque si no estás minimamente avisado, entrar en la actualidad en un lavabo publico, puede ser una odisea, respecto a su uso.
En mis tiempos mozos, todo era sencillo, el lavabo era de loza, sobre él había un grifo de los de palometa, que siempre goteaba, no importa cuanto lo apretases, y esa era toda la ciencia necesaria.
Pero hace ya unos meses tuve ocasión de visitar un modernísimo lavabo de diseño, con más aspecto de sala de fiestas – espejos murales, luces indirectas, televisión – que de lugar en donde, de siempre, lo que se había venido a hacer era íntimo y de poco tiempo.
Pero lo realmente difícil, fue intentar lavarme las manos, una vez acabada la faena, porque el grifo, era una reluciente probóscide de acero inoxidable, que carecía absolutamente de dispositivo para su funcionamiento.
Tras inspeccionar minuciosamente tanto el artilugio como sus alrededores, en la búsqueda de algún escondido resorte que lo activase, y estando ya a punto de darme por vencido, coloqué las manos casualmente bajo él, y justo entonces manó abundante el agua, ya que el ingenio estaba provisto de un sensor inteligente, para detectar la presencia de las manos, y entonces, y solo entonces, funcionaba.
Y ahora – amigo y paciente lector - narro lo que prometí.
Habían concluido el COU, y realizaban su viaje de fin de curso en Italia. Tras comer en una pizzería, varios compañeros fueron al lavabo, en donde encontraron – no sin dificultades – que la forma de que funcionase la espita, era pisando un minúsculo resorte colocado en el suelo, y mimetizado con él, al objeto de que pasase inadvertido.
El sistema lo había descubierto Iván, uno de los más sagaces de la clase, además de redomado bromista, y en eso estaban, cuando entró en el baño Ricardo, seguramente en más “distraído” de la pandilla.
Todos simularon no verle, y nuestro hombre se afanó en buscar tan diligente como inútilmente, el sistema de apertura del agua, y ello, porque el taimado de Iván, mantenía el pie sobre el dispositivo impidiéndole su visión. Tras un buen rato de infructuosa búsqueda, Ivan, se dirigió a su condiciscipulo, al que advirtió.
- No te canses, este grifo va con un modernísimo sistema de contacto, y para que funcione lo habrás de acariciar… más exactamente – agregó casi en un susurro, pero suficientemente audible para ser captado por los demás – es como si lo masturbases...
- ¡No me jodas… - contesto Ricardo – tu estás de guasa!
- Bueno, tú prueba y verás... Y entre bromas y veras, el inocente de Ricardo comenzó a manosear el grifo, que naturalmente comenzó a manar agua, ya que Iván apretaba tanto más el pedal, cuando más lo hacía.
- Pero esto es muy incomodo, protestó Ricardo ya plenamente convencido, mientras sobaba incansable y frenéticamente la válvula.
- Lo sé, tendrás que lavarte las manos por tiempos, primero una y luego la otra… lo hacen por el ahorro de agua… ya sabes… Concluyó, mientras permanecía serio como una estaca, y los demás salían de la habitación para no prorrumpir en carcajadas.
Ya han pasado varios años de esto, todos los actores han concluido sus estudios. Iván es un brillante ingeniero y Ricardo encontró acomodo en el cuerpo de la Policía Local de un municipio cercano a Barcelona, en donde ejerce a la perfección sus cometidos.
Claro que cuando sus antiguos compañeros, le ven situado en un cruce regulando el tráfico - por si las moscas – si pueden, se suelen dirigir por otra calle.
J.M. Hidalgo (Historias de gente singular)
Soy persona de muchas bromas y chistes, me rio de mí mismo. Pero de ser bromista a reírse del prójimo, creo que existe un abismo. Lo que hacen estos simpáticos -seguro-, según ellos, es reírse del desconocimiento de Ricardo, cosa muy fácil que así suceda al no conocer dicho sistema. Si Iván, se creyó ser un súper dotado por dicha acción, allá él.
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