EL DIAGNÓSTICO
En una de mis visitas para recargar baterías a Álora - al "lugá" como allí se conoce - me contaron esta historia que ahora refiero.
Quien lo hizo - que aún está vivo y bien vivo, y fue testigo de los hechos narrados - no la situó en tiempo, lugar, ni personaje, por lo que - como decían antes las películas – cualquier parecido con la realidad, será solo pura coincidencia.
El héroe de la anécdota fue un médico famoso en dos cosas bien antagónicas. La primera, su extraordinario ojo clínico, pues igual que sucedía a los pistoleros del oeste americano que donde ponían al ojo ponían la bala, nuestro hombre en quien ponía su vista, jamás erraba el diagnóstico y aunque al parecer su consulta carecía de “pantalla” - nombre con el que en mi tierra se denominaba a los aparatos de rayos X - con solo ver el aspecto del enfermo, podía determinar sin margen de error alguno, el estado de sus pulmones, su hígado o su corazón, con mayor exactitud que si le hubiesen realizado exámenes con modernos aparatos.
Pero como antes dije, la cruz de nuestro galeno era que le gustaba el vino más que a los chivos la leche, aunque esto, lejos de ser un inconveniente – al decir de los que le conocían – era una ventaja, pues si acertaba en sus diagnósticos estando sereno, resultaba sublime cuando los hacía bebido y el nivel de certidumbre se agrandaba a mayor ritmo que lo hacían los vapores de Baco.
Al parecer, la cosa aconteció al anochecer de un día, en que nuestro hombre había ingerido ya una notable cantidad de morapio, por lo que su estado de agudeza se hallaba en su punto álgido y, sentado tras la mesa de la consulta, inquirió del matrimonio que le visitaba cual era el motivo de su presencia allí.
-Verá doctor - comenzó diciendo ella – es que me duelen mucho los pechos, los tengo como encallecidos, y no sé... me noto hasta algún bultito en ellos...
¿No será que estás embarazada...? preguntó el facultativo mientras la miraba por encima de las gafas..
-¡Huy, que va...! en absoluto es por eso... dijo en tono de total certeza.
-Bueno, pues vete descubriendo, que te quiero hacer una palpación – concluyó el doctor, mientras continuaba como distraído escribiendo en su mesa.
En menos de lo que se dice, la paciente se había desnudado hasta medio cuerpo, dejando al descubierto sus pechos de un tamaño algo más que considerable, pero como el médico continuaba en la misma actitud, le espetó... - Si no me hace caso, se me van a helar las tetas como los limones en enero...
Nuestro hombre dejando lo que hacía se levantó y al hacerlo tropezó, estando a punto de perder un bolígrafo que llevaba en la mano.
-Una de dos, o vé doble, o es que el bolígrafo está vivo..?, bromeó la mujer con evidente doble intención...
Cuando estuvo frente a ella, dijo devolviendo el comentario; - Pues una de dos, o yo veo doble, o tú eres una tetona de mucho cuidado... y sin agregar nada más dio inicio al examen.
Estaba atareado en el estudio de la paciente, cuando de forma inopinada le preguntó. - Oye, ¿y tú que número de zapato usas...?
Aunque el asunto parecía fuera de lugar, ella respondió que un treinta y seis, y el galeno sin dejar de tocar las prominentes ubres, continuó.
-Pero vamos a suponer que lograses ponerte un treinta y tres, o un treinta y cuatro...¿que pasaría..?
Cada vez más extrañada por el sesgo que tomaba la consulta y temiendo que el desvarío se debiese a la pítima, contestó:
-Pues, ¿que me iba a pasar..?. Que se me hincharían los pies... tendría terribles dolores... en fin, ya lo sabe doctor...
Nuestro hombre, tras dejar lo que hacía, apoyado en la mesa la miró de frente y con una sonrisa burlona dijo:
- Pues no hacía falta que vinieses al médico, porque veo que conoces la solución a tu problema - y concluyó - A ti no te pasa nada en las tetas, lo que tienes que hacer es comprarte un sujetador varias tallas más grande que el que llevas y verás como los dolores desaparecen para siempre...
Mientras la paciente intentaba de nuevo introducir su delantera en el escaso recipiente que la contenía, nuestro hombre se dirigió a la habitación contigua para tomar la penúltima copa del día.
Lo cierto era – según me contaron – que sus más atinadas predicciones las hizo siempre durante la visita a algún enfermo, mientras lo sostenían para poder mantenerse en pie.
Sin duda, era una persona genial y un médico excepcional...
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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