lunes, 4 de abril de 2016

El concejal


En nuestro país, existe de antiguo un viejo dicho, que hace referencia al porqué no hemos tenido nunca una tumba dedicada al soldado desconocido, y es - según él - por el hecho de que aquí, nos conocemos todos.

Tomás Albuera - Tomasito para los amigos - tenía una tienda de ultramarinos, en el centro de la población, que regentaba con su familia, pero de haberse hecho una encuesta pública sobre su persona, lo más seguro es que todos le recordasen por haber sido - desde siempre - concejal.

El puesto de edil lo ocupaba ya en la década de los años sesenta, en los que, aún relativamente joven, se le conocía por ser  hombre de frases y expresiones solemnes tales como; “Somos la reserva espiritual de Occidente”, o “El imperio es una forma diferente de denominar a la patria…” y otras de similar factura, que aunque él no tuvo nunca demasiado claro lo que querían decir, pronunciadas asiduamente y en lugares y momentos adecuados, le llevaron en unas elecciones municipales - a la usanza de la época - al nombramiento como concejal.

Como nuestro hombre era hábil, a la par que fueron transcurriendo años en el cargo, fue aprendiendo otros parlamentos y latiguillos que con destreza usaba, y gracias a ellos y a la obediencia debida a quien le nombró, se perpetuaba en su puesto elección tras elección, como gestor del municipio.

Pero un día, el fino olfato adquirido en  política - aunque fuese municipal - indicaron a Tomasito que se barruntaban cambios en lontananza, por lo que a diferencia de otros colegas de concejalías que siguieron anclados en lo de siempre, él comenzó a hablar - al principio tímidamente, y luego, al ver que nada pasaba, con desparpajo - de aperturas del sistema, de voluntad  popular, y - sin mencionar jamás la expresión “partido político” de la que decía abominar - de asociaciones o grupos de opinión, de cauce ordenado al nuevo espíritu, y otras zarandajas y jerigonzas de igual factura, leídas aprisa en los medios de comunicación más vanguardistas del momento, a los que se aficionó, y de los cuales tampoco caló nunca Tomás su auténtico mensaje.

Con semejante jerga, no resultó extraño que, al poco, se granjease en todo el pueblo fama general, para unos de demócrata, y para otros de chaquetero.

Fuera como fuese, en las primeras elecciones municipales acontecidas en la segunda mitad de los años setenta, revalidó - aún con más autoridad que antes - y como candidato independiente, su puesto entre los ediles, si bien que cambiando la concejalía que siempre tuviera, por otra más acorde con el momento político.

No obstante, la metamorfosis de nuestro hombre aún no había acabado y algún tiempo después, tras - según dijo públicamente - una profunda y decisiva crisis personal, apostó abiertamente por una opción política concreta y distinta a la - hasta ese momento suya - que casualmente se perfilaba, según las más fiables encuestas de opinión, como la futura ganadora en unas próximas elecciones  nacionales.

Como en ocasiones anteriores, volvió a acertar de pleno en la opción elegida y tal como empezaba ya a ser tradicional costumbre, obtuvo aunque parecía increíble, en fervor de multitudes, de nuevo su puesto de concejal en el renovado, plural y democrático ayuntamiento.

Elección tras elección, y legislatura tras legislatura, Tomasito - para algunos ya Don Tomás por causa de su edad y del tiempo en el poder - continuó impertérrito en su cargo del consistorio adaptando en cada ocasión - eso si - su lenguaje y sus formas, a la dirección que tomase el viento dentro del partido al que pertenecía, hasta que años después, una dolencia física que le impedía realizar cualquier tipo de esfuerzos, terminó a la postre por retirarle definitivamente de su “carrera” política.

El día en que, con lágrimas en los ojos, se despedía de sus antiguos amigos y viejos compañeros de luchas y vicisitudes, en un homenaje propiciado por estos y cuando ya se habían tomado en el acto, algo más de tres copas de “vino español”, un antiguo camarada, que había quedado rezagado ideológicamente de nuestro hombre, al menos dos cambios políticos antes, le dijo en la intimidad de la charla:

- Tomás, convendrás conmigo en que has pasado por todo; primero fuiste pilar del antiguo régimen, más tarde asociacionista liberal, luego ferviente izquierdista… y aún porque lo dejas, que si no... - No te ofenderás si te digo, que tú en política, nunca has tenido claro lo que querías.

Tomasito, acicateado por el alcohol ingerido y por el hecho de que lo que se festejaba allí era su despedida, decidió decir la verdad por primera vez en su vida, y le contestó:

- Te equivocas, amigo mío, en política he tenido siempre muy claro lo que quería, porque yo lo que siempre he querido es ser concejal...


Don Tomás Albuera - Tomasito para los amigos - concejal retirado y acomodado ciudadano, fue hasta su muerte hace poco acontecida, faro y camino de políticos de camarilla y modelo ejemplar de tránsfugas sin ideología.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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