miércoles, 13 de abril de 2016

El euro


  
¡Hay que ver como pasa el tiempo! Hace ya diecinueve años en vísperas de Navidades, andábamos todos inmersos en una campaña que - a escala europea - quería hacernos entender que nuestra querida, y siempre deseada peseta, tenía sus horas - y hasta sus minutos - contados.

En los medios de comunicación, se iba anunciando cada día, el tiempo que faltaba, para que entrase en vigor el Euro, la nueva, cosmopolita, unificadora y desconocida moneda, que nos pondría a la altura de los países más civilizados del mundo, olvidando para siempre nuestra tribal divisa monetaria.

La campaña, impulsada desde las más altas magistraturas europeas, puesto que el cambio afectaba a un considerable número de países, tuvo la virtud - en primer lugar - de desconcertar absolutamente al personal, y hoy, a muchos años vista de lo narrado, lo que parece anécdota, era para muchos, un dramático problema.

Como siempre pasa, había de todo. Estaban los nostálgicos inmotivados, y digo esto, porque muchos de ellos no habían tenido ni una peseta en su vida, por lo que nunca comprendí bien, como sentían tanto dolor al presentir la próxima desaparición de nuestra famélica divisa. -Ya nada será lo mismo – decían – porque mírese como se mire, eso no es sino una moneda extranjera – argumentaban con un deje de desprecio ante tal hecho - ¡Si es que acabarán por terminar con todo lo nuestro! agregaba otro, que no había oído más que campanas, y no sabía ni tan siquiera el color de los nuevos billetes.

Caso aparte fue el de Agapito. Nuestro personaje, devoto de la cofradía de la virgen del puño - del puño cerrado, naturalmente - porque en su vida había soltado una perra jamás, era tacaño y miserable donde los hubiese.

Merced a toda una vida de ahorros y privaciones, había conseguido reunir un capitalito, que – como no se fiaba de los bancos – guardaba en su casa bajo un ladrillo, en una localidad próxima a Málaga.

Agapito, no entendía bien eso de que las pesetas, dejarían pronto de existir como moneda, y cuando llegó a sus oídos la campaña, pensó que se trataba de un truco de Hacienda para así controlar sus caudales.

Por eso, a todo el que le aconsejaba – sospechando que tenía dinero escondido – que había de ponerlo en circulación, antes de que perdiese su valor, nuestro hombre  le espetaba  - Pero, ¿como va a dejar de valer el dinero...?. ¡Las pesetas siempre serán las pesetas!... y cuando se pone un buen fajo encima de la mesa, ya verás tú si valen.

Y llegó el día primero de enero, en que la flamante moneda salía a la luz, y mucha gente – como niños con zapatos nuevos – hizo colas, de hasta cuatro y cinco horas, para proveerse - en cantidades limitadas – de los nuevos billetes, como si fuesen a agotarse en pocos días, debiendo incluso intervenir en ocasiones la fuerza pública, para poner orden, lo que es una evidencia más, de que la estupidez humana no tiene límite, fin ni remate...

La cosa fue que Agapito, tan seguro como antes estaba de que “las pesetas eran las pesetas”se contagió de la fiebre cambista, y con una abultada cantidad de efectivo, hizo también cola ¡quien lo hubiera dicho! en una entidad bancaria, para conseguir los nuevos papeles de colores.

Al llegar a la ventanilla, su drama fue otro, porque el diligente funcionario de banca, con la mejor de sus sonrisas, le informó que todo lo que presentaba, había de reflejarse en su cuenta corriente, y que de llevarse el dinero en efectivo nada de nada.

De poco sirvió la pataleta, que ante el empleado, organizó nuestro hombre, que una vez comprobó la inutilidad de sus esfuerzos, retornó con el dinero, de nuevo a su casa.

Una metamorfosis se produjo, desde aquel día, en nuestro héroe, convirtiéndose en un malgastador rayano en la prodigalidad, pues era más su temor a Hacienda, que a quedarse sin sus preciados billetes.

Adecentó su casa, llenó su despensa, que nunca antes había tenido más que telarañas, cambió los muebles - todos en un estado deplorable - renovó su vestuario, o mejor dicho se proveyó de él, puesto que nuestro hombre usaba, casi la misma indumentaria en invierno o  verano.

Pero la primavera solo dura tres meses, y la primavera de Agapito, aún fue más corta, porque el mismo día en que dejaron de tener validez las pesetas en las transacciones entre particulares, acabó su prodigalidad, y - seguramente por compensar las locuras realizadas - volvió nuevamente por sus fueros, de ahorro y tacañería, si cabe, aún más enconadamente que antes, por lo que estoy seguro que el vestuario, y los cambios de los que tan generosamente hizo gala, le habrán de durar hasta el próximo cambio de moneda, de aquí a cuando este se produzca.

Estaban ya los Euros en circulación por las calles, cuando tuve ocasión de oír, en unos conocidos almacenes, a una señora muy encopetada, y de apariencia pudiente, que mientras pagaba con la nueva divisa sus compras de reyes, decía al dependiente:

- Pues yo estoy muy contenta, con el nuevo dinero. Por el momento todo vale menos, y además, y lo que más me gusta, es el detalle de la franja plateada que les han puesto a los billetes, para celebrar que estamos en Navidad ¡Ya era hora de que el gobierno hiciera algo bonito! ... y se quedó tan fresca.

Y de esas, y como esas, amigo lector, todas las que quieras.

J.M. Hidalgo / Barcelona a 5 enero de 2012
       

3 comentarios:

  1. Pertenezco al grupo de los euroescépticos. Moderadamente, claro, porque hay que ser moderado en todo. Por lo pronto aquel cambio fue aprovechado por no pocos. Mi tabernero que cobraba el café a 125 pelas, lo puso directamente a euro. En su honor hay que reconocer que hasta hoy solo lo ha subido a 1,10. Pero hizo su agosto en aquel enero.

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    1. Ese enero subió el café para varios años.

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    2. Yo MANUEL LÓPEZ LA TORRE, me considero uno de los muchos que podemos haber decepcionados, ya que nunca deje de creer, que el cambio de moneda, era para hacer una regulación igualitaria en toda el área €uro: resultando todo lo contrario, ha servido, para imponerse unas naciones sobre otras y las que les ha tocado ser esclavizadas, tal como es el caso nuestro –España-, pues así nos va, convertidos en la servidumbre de las naciones del extremo beneficiado.
      Aquí en este caso hay que diciendo: ¡¡Mandan avaros!! Tal y como son: “DESPIADADOS”.

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