Tal día como hoy 20 de abril de 1940, es fusilado en Madrid por los franquistas, el poeta malagueño Pedro Luis de Gálvez, víctima de una denuncia anónima.
Hijo de un general carlista, fue ingresado a la fuerza en el seminario de Málaga, siendo expulsado debido a una sátira en verso que compuso contra uno de los profesores, ingresando entonces como alumno en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pero sus relaciones con las modelos, a las que pretendía siempre seducir, motivaron también su expulsión.
Su padre le ingresó entonces en el Correccional de Santa Rita de Madrid, para delincuentes juveniles, donde la crueldad de su disciplina, le convierte en anarquista y a su salida, trabajó como actor en el Teatro de la Comedia, pero su padre un día subió al escenario y allí le propina una paliza con su bastón, por lo que le despiden, huyendo a París, donde mendiga y cuando vuelve a España en 1905 inicia una serie de conferencias sobre Anarquismo en Andalucía.
En Pueblonuevo del Terrible -Córdoba- es detenido por la Guardia Civil por “peligroso revolucionario”, siendo juzgado en consejo de guerra, como “reo de lesa majestad e injurias al Ejército” siendo encarcelado en Ocaña, donde escribe un libro que envía a un concurso de cuentos del periódico “El Liberal”, ganándolo y enterado el jurado de que el autor está preso, consiguen el perdón del Gobierno y su popularidad se hace gigantesca.
Una vez indultado, comenzó a colaborar en diferentes periódicos y revistas, hasta el extremo de fundar, en 1916, el rotativo “La Puerta del Sol”, publicando tres novelas y destacando por su excelente labor poética, que quedó desperdigada en algunas revistas y en muchas mesas de taberna.
El joven Borges llegó a dedicarle un soneto: “Es Pedro Luis de Gálvez, rufián y caballero / que viene con la frente fulgente como mica / y con las manos plenas de poemas de acero”
En el Madrid del frente popular y pese a su militancia ácrata, albergó en su propia casa al escritor Ricardo León y salvó la vida a Ricardo Zamora, internacional portero de fútbol, avisando a escritores, como Emilio Carrere, Pedro Mata o Cristóbal de Castro, para evitar ser detenidos y asesinados.
Al finalizar la guerra, el escritor argentino Enrique Larreta quiso llevárselo a su país y el venezolano Blanco Fombona insistió en que se exiliase a Venezuela, pero él se negó a hacerlo, pues no tenía nada que temer puesto que no había cometido ningún delito.
Víctima, sin embargo, de una denuncia anónima y olvidado por los que había ayudado, que no fueron a testificar en su favor, fue condenado a muerte en diciembre de 1939 en un Consejo de Guerra por “conspiración marxista y otros cargos más” entre los que estaba “la muerte de varias decenas de monjas”, sin especificar más, como era la norma en tales parodias de juicios.
Al no serle comunicada la sentencia, cuando, enterados tanto Ricardo León como Ricardo Zamora intentaron acudir en su ayuda, fue demasiado tarde y murió ante un pelotón de ejecución en la cárcel de Porlier.
El novelista Juan Manuel de Prada le hizo protagonista de su novela “Las máscaras del héroe” de la que hay pésimas críticas y viceversa, pero lo mejor es leerla, aunque hay que prepararse porque tiene 600 páginas, volviendo a hablar de nuevo de él en “El silencio del patinador”, de 1995.
Todas las muertes por la dictadura son injustas...
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