EL FUL
Seguramente no exista en el mundo, una profesión que tenga más intrusismo que la de Policía.
Todo el mundo cree tener solución, para cualquier conflicto relativo a la seguridad o el orden público, y desde luego, en las tertulias del bar, somos capaces de resolver de una forma totalmente exitosa, y en no más de veinticuatro horas, el problema de - pongo por caso -la violencia juvenil.
Pero si en cuestión de opiniones, la gente es larga de lengua, no les van a la zaga los que - sin pasar por los enojosos trámites de oposiciones y cursos - optan por la vía rápida, y se convierten de la noche a la mañana, en “agente de la secreta”, como gustan decir a los que van de fules por la vida.
En caló, “el ful” significa falso, y la palabreja, tomó carta de naturaleza en los medios policiales, ya que a fuerza de tratar con delincuentes, los policías han acabado por adquirir su jerga, como le sucedió a aquel, que de tantos cactus tenía en casa, un día, le salieron pinchos en la cara.
Las historias de fules son tan antiguas, como la profesión de policía -la segunda que existió en el mundo- pues tengo entendido, que cuando Yahvé puso de patitas en la calle fuera del paraíso, a Adán y Eva por chorizos roba manzanas -que fue la primera profesión- colocó en la puerta, un ángel con una espada flamígera en la mano, con funciones de policía o cuando menos, de “segurata”.
Pero dejemos las alturas y volvamos a nuestra historia. Los fules, tienen como razón o motivo de su existencia, el obtener ventaja de su condición de agentes del orden, tales como viajar gratis en el metro o colarse en el cine sin pagar.
Para ello – tiempo atrás - solían prenderse bajo la solapa de la chaqueta - tal y como los más clásicos pasmas (1) hacían - algo similar a la placa distintiva de la condición de policía, como una medalla militar, alguna moneda antigua, e incluso figuras religiosas con dorados y destellos, que en una rapidísima visión ante el portero de turno, eran generalmente admitidas como auténticas.
Pero algunos, se identificaban tanto con su papel, que llegaban a creerse verdaderos Cherlos Holmes, efectuado detenciones de cacos auténticos, a los que incluso conducían a la Comisaría, si bien a poca distancia de esta, y simulando darles una oportunidad, les dejaban en libertad, ante la imposibilidad de acabar su “trabajo” en forma satisfactoria.
Aunque los tiempos cambian, los fules siguen perviviendo, y van modificándose en su forma de ser y actuar. El último del que tuve conocimiento, lo fue hace tan solo un año en Badalona, y respondía al más clásico estereotipo de la especie.
Vestía una gabardina parecida a la del comic del Inspector Gachet, sombrero caído sobre los ojos, y de su boca pendía un cigarrillo estilo Bogart.
Con la funda de un teléfono móvil, se había improvisado una pistolera, en la que alojaba un arma de juguete, fiel imitación de la auténtica, y prendido de su cinturón, lucía una placa dorada de las que llevan en la gorra los policías.
En la sala de detenidos mantenía una actitud distante con el resto de delincuentes, en una intención - al parecer deliberada - de no ser confundido con ellos.
-Me recuerda a Torrente – dijo uno de los agentes que estaban instruyendo el atestado, mientras miraba divertido, a nuestro personaje.
-Oiga – dijo el aludido dirigiéndose al funcionario – conmigo pocas bromas, que yo soy un policía muy serio – concluyó de forma categórica.
Acabadas las diligencias, pude leer con tranquilidad, la rocambolesca historia de nuestro héroe.
Lo que le llevó a caer en manos de la policía, y de resultas de ello de la justicia, comenzó unas semanas antes en un bar de la ciudad.
-Estaba yo de servicio – comenzó declarando el sujeto - cuando conocí a Eduardo, con el que intimé rápidamente... y total... que me invitó a ir a su casa, en donde estuve quince días, viviendo con mi novia.
El tal Eduardo - obrero de la construcción y más tonto que un policía belga - tuvo de inquilino al presunto agente, dos semanas a pan jamón y cuchillo, cediéndole hasta una habitación que usó, como si de casa propia se tratase.
-Yo empecé a mosquearme - dijo Eduardo en su manifestación – cuando me pidió dinero prestado, para poder ir a Italia a recoger un detenido, aunque como me dijo que era por un retraso en las dietas, le dejé los veinte mil duros (2) que me pedía, y que me aseguró, cobraría poco más tarde.
Pero nuestro ful lo era en todo, y efectivamente, saldó su deuda con un talón tan ful como el mismo, y que cuando fue presentado en la oficina bancaria para su cobro, estuvo a punto de matar de un ataque de hilaridad al probo empleado de la ventanilla, ya que ni el titular, ni el número de cuenta, habían existido nunca en aquella entidad.
Fue esto, lo que hizo a la víctima denunciar la estafa, aunque en su declaración, no llegaba a entender todavía, como era posible que le hubiese engañado “un policía tan serio”.
Cuando pasó a disposición judicial - aquel teniente Colombo con gabardina - todos los que intervinieron en el asunto, acabaron casi por ser amigos suyos. En uno de los párrafos de su declaración, llegó a decir a los agentes
-“De sobra sabéis – explicó como si hablase con compañeros de trabajo - las dificultades que tenemos para llegar a fin de mes, y si le pedí el dinero, fue solo en bien del servicio...”
Llegó a estar tan convencido de que era de verdad policía, que ni ante el juez admitió no serlo.
Más que un ful, era un caso patológico y clínico.
(1) Pasma – En jerga caló, policía
(2) Veinte mil duros - Unos 600 euros actuales.
J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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