jueves, 10 de marzo de 2016

Don Cosme

 
Cuando conozco a alguna persona que no está satisfecha con ser lo que es, siempre me viene a la mente la imagen de Don Cosme.

Don Cosme renegaba de sus raíces. Había nacido en un caserío de una provincia del sur, sus padres eran de allí, y hasta a sus tatarabuelos se les recordaba por alguien de la región. Sus apellidos eran Pérez y López, y pese a todo ello, Don Cosme se pasaba la vida construyendo árboles genealógicos fantásticos, que según él, le entroncaban con una noble dinastía aragonesa, que junto a las mesnadas del rey de Castilla, conquistó hacía siglos, el reino de Granada.

Don Cosme era pues, como poco, un personaje singular. Yo pienso que no hubiese dudado en poner en cuestión la honradez de su santa madre, si con ello hubiera logrado emparentar - aún por rama de bastardía - con algún noble de prosapia, a los que gustaba glosar en sus tertulias de café, como lejanos parientes suyos, de lejanísimas líneas de sangre colaterales.

Aunque no tenía títulos, ni académicos ni nobiliarios con los que mostrarse superior, poseía en cambio - para todo el que quisiera oír - un entramado de historias, que él mismo había tejido, que si un día sorprendieron, acabaron al fin, haciendo reír, y siendo motivo de chacota general.

No obstante, Don Cosme parecía no darse cuenta de nada, y en todo momento procuraba establecer cuanta más distancia mejor, entre él y sus paisanos, que iba desde un atuendo y un comportamiento atípicos para la región, hasta su hablar, expresándose en un castellano artificioso y relamido, que más que admiración – que era lo que él pretendía - provocaba chanza y rechifla.

En el mismo pueblo, vivía la antítesis de Don Cosme, personificada en Paco “el del molino”.Le llamaban así porque sus ascendientes, hasta donde alcanzaba la memoria popular, habían sido molineros en la comarca, siempre apegados a su oficio generación tras generación por tradición familiar, y satisfechos de su historia y peripecia.

Paco, el último descendiente de la saga, era el resumen viviente de todo ello, y en lo referente a su forma de hablar, se expresaba en un andaluz tan cerrado, que llegaba a veces a constituir jerga, incluso para sus paisanos.

Aunque ya no ejercía de molinero, porque los tiempos modernos habían eliminado la actividad, seguía viviendo en el molino, ahora convertido en casa de labranza y dedicado al cuidado de sus tierras, especialmente al cultivo de árboles frutales, entre los que destacaban sus parras, reputadas como las mejores de la comarca, al producir las uvas tempranas más gustosas del lugar, hecho del que Paco se sentía profundamente orgulloso.

Lo malo era, que los rapaces del pueblo, que al igual que todos, sabían de las maravillas de tales frutos, era raro el año que, a la menor ocasión, no devoraban - en primicia -  la mayor parte de la cosecha.

Por ello Paco, mucho antes de que las uvas comenzasen a adquirir el color morado, preludio de su próxima maduración, iniciaba un permanente servicio de centinela en defensa de sus frutos, aunque casi siempre el resultado de su vigilancia, se saldase de forma negativa.

Aquel año pasó lo que todos, en un descuido del celador, los mozalbetes saltaron la cerca, y en menos de lo que se tarda en contarlo, esquilmaron las primicias de la cosecha.

Descubrir Paco el desaguisado, y comenzar a lanzar improperios a voz en grito fue todo uno, y cuando más exaltado estaba, y mayor era su exasperación, acertó a pasar por el molino nuestro amigo Don Cosme, que al oír el griterío, asomó la cabeza por encima de la cerca y preguntó - en su más rebuscado castellano - la causa de tanto alboroto.

-¿Que le acaece amigo mío, para que se encuentre tan azarado, y en grado de excitación tan extrema?

-¡¡Pandilla de granuja...zinverguenza...bandios..!!
continuaba gritando a grandes voces Paco.-Pero, ¿que es lo que le ha sobrevenido? - volvió a preguntar Don Cosme intrigado, -¿Es que por desventura le han atentado a la moral...?

- ¡Ca, no zeñó - contestó entre gritos Paco  – ojala  fuera zio ezo...!
¡Atenta, lo que ze dize atentá, las han atentao a toac, a las morác y a las verdes, pero a las mauras no zolo las han atentao, zino que ze las han comio...!

Don Cosme, tras saludar levemente, se marchó del lugar sin replicar nada a lo ya dicho, renunciando a aclarar a Paco la intención de sus palabras, y complacido - en el fondo -  de que no le hubiese entendido.

Al fin y al cabo, pensó, aquello no era sino una prueba más de su superioridad y diferencia.

J. M. Hidalgo ( Historias de Gente Singular)

2 comentarios:

  1. Dice el refrán que cuando el diablo no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo, imagínate no un diablo sino una pandilla de diablos juntos....

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    1. El pobre Paco, debió pasar cada año "las de Caín", y todo para nada...

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