Desde que tuvo uso de razón, Carmen había soñado siempre con ser un chico. Era la menor de cinco hermanos – dos de ellos varones – los cuales hacían, a su entender, tanto en casa como en la vida, su santa voluntad. Ella en cambio, no podía hacer, no ya lo que quería, sino ni una mínima parte de lo que teóricamente le estaba permitido.
No pienses ni por asomo – amigo lector – que Carmen sintiese ninguna atracción por otras niñas, en el sentido físico que hoy suele darse, a toda persona que no está satisfecha con el sexo que la naturaleza le adjudicó. Nada de eso, si ella quería ser un chico lo era por otros motivos.
En primer lugar, y aunque sus inclinaciones hacia el sexo opuesto eran inequívocas – tal y como la vida se encargaría de demostrar - no ansiaba ser un chico por mimetismo, como narra el conocido chascarrillo, de aquella niña que se pasaba el día preguntado a su madre, que cuando le crecería a ella lo que tenía su hermanito.
La madre – continúa la chirigota – ante la encendida insistencia de su vástaga, y para no entrar en una impredecible conversación, sobre porque su hermano tenía aquello y ella no, optó por el conocido recurso paterno - siempre que se tocaban tales asuntos - de echar balones fuera - “Si eres buena – le aclaró - cuando seas mayor tendrás una igual para ti sola. La niña tras reflexionar unos instantes volvió a preguntar- Pero... ¿y si soy mala? .- Si eres mala – concluyó la madre – entonces tendrás muchas... hija, muchas...”
Si a Carmen le gustaba ser chico, no era por lo que los chicos eran, sino por lo que los chicos podían hacer y ella no.
Así, por ejemplo, no pudo aprender a ir en bicicleta, al no disponer de ninguna apta para mujeres, pues ella, no llevó nunca otra cosa que no fuesen faldas, y con estas era imposible hacerlo. Tampoco, montar a caballo, salvo al estilo amazona, y por la misma razón ya dicha.
Sus hermanos, podían salir y llegar tarde, ella no. Sus hermanos no fregaban los platos ni ponían la mesa, ni hacían las camas, ella sí.... Y así un larguísimo etc. de lo que las buenas hijas de familia se suponía debían saber hacer, y que los varones - por no se sabe que secreta razón - no estaban obligados. Por todo esto, un día, espetó a su madre decidida y categórica - “Mamá, ¿qué es lo que debo hacer para ser un hombre?
Su madre, mujer de campo, pragmática y dotada de una inteligencia natural para sobrevivir a toda adversidad que la vida diaria le deparaba, ante el imposible planteamiento de su pequeña hija, le dio, como correspondía por su forma de ser, una solución también imposible.
Mira – le dijo – eso es muy fácil, solo tienes qué esperar a que –un día de lluvia - salga el arco iris, luego busca la punta que se hinca en la tierra, y méate en ella, tan pronto lo hagas te convertirás en un hombre.
Desde ese día, nuestra heroína, pasaba las tardes de primavera, esperando que tras los chubascos vespertinos, apareciera en el cielo radiante de abril o mayo, el arco iris que formaba el sol al atravesar las gotas de lluvia.
Una vez lo veía, echaba a correr a campo traviesa hacia el lugar en que se asentaba una de las patas del espectro solar, aunque para cuando llegaba, el fenómeno - como es natural - había desaparecido, y quedaba a la vez frustrada y animosa, en espera de otro día, en que tuviese más suerte en la búsqueda de su conversión a hombre.
Hoy Carmen es madre, y hace ya mucho tiempo abuela, pero, no obstante, en las tardes lluviosas del sur, cuando el sol juega al escondite con las nubes, y el arco iris esplendoroso cruza el cielo, no puede evitar la nostalgia al recordar cuando corría tras él ilusionada, buscando convertirse - inútilmente - en varón.
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
Hay una cruz de la moneda que nos ofreces la cara, José María. Algunos tuvimos, siendo solo niños, que aprender a lo que en otras casas hacían las mujeres o las niñas: barrer, fregar la loza, hacer la cama. Y con una pregunta en el subconsciente que no nos atrevíamos a formular, '¿No me estaré volviendo mariquita?'
ResponderEliminarComo a Carmen, tras los primeros fogonazos hormonales, quedó claro que era el sexo contrario el apetecido.
Hoy ni niños ni niñas padecen esas dudas pues las mamás visten pantalones y los hombres, aunque no todos, se implican en lo que antes eran tareas 'exclusivas' de mujeres.
Hoy todo ha cambiado en efecto Pedro, pero en aquellos tiempos eso era moneda mas que corriente.Muchas mujeres callaban, pero era por el "que dirán", no porque no lo sintiesen...
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