domingo, 13 de marzo de 2016

El absentista



El hecho que hoy narro, ocurrió en Castelldefels - Barcelona -  y conozco personalmente a sus protagonistas, por lo que – aunque mentira  parezca – sucedió tal y cual se describe.

A la entrevista de trabajo concurrieron varios, pero desde el momento en que le vieron, todo el mundo pareció decantarse por Olegario. Era joven, bien vestido, educado en su expresión, de aspecto y apariencia agradable, y con una voz suave y convincente.

Por eso, a los pocos minutos de conversación, el entrevistador tenía absolutamente claro que el puesto era para él, máxime cuando en el apartado de conocimientos profesionales, puso de manifiesto  hablar tres idiomas, y ser experto en informática, que era el trabajo al que se optaba.

El jefe, e incluso sus futuros compañeros, estaban encantados con el nuevo “fichaje”, y esta impresión aun se acentuó mas, cuando comenzó a trabajar.

Nada más llegar, organizó su mesa, situando en perfecta alineación, lápices, folios y libros, y consiguiendo crear un ambiente agradable a su alrededor. El trato con los clientes era excelente y también la relación con sus compañeros. Todos, en suma, se hacían lenguas de la buena elección hecha, y de la  suerte que habían tenido con el nuevo colega... y así fueron pasando los días.

Llevaba ya dos semanas en su nuevo puesto, cuando un lunes a primera hora, llamaron de su casa, avisando de que no se encontraba bien, seguramente por algo que había comido. Tras siete días de baja, lo que se inició como una simple diarrea estival, se empezó a pensar que debía tratarse de una disentería aguda, aunque todos con espíritu de equipo, decidieron cubrir su hueco, y realizar los trabajos de su competencia.

Habían pasado ya más de catorce días, cuanto se recibió otra llamada del enfermo, diciendo que estaba bastante mejor, y que el lunes siguiente, efectuaría su reincorporación al trabajo.

El día señalado, poco antes de la apertura del local, llamó a la empresa su compañera sentimental – eufemístico nombre con el que modernamente se denominan a los que duermen juntos – para decir que, durante el fin de semana, nuestro héroe había tenido un accidente doméstico, sufriendo un esguince en el hombro.

Casi al final de la mañana, con un brazo en cabestrillo, hizo acto de presencia en el trabajo, recibiendo las condolencias de todos, por la mala suerte que había tenido, tras recuperarse de su anterior enfermedad.

Con los mejores deseos de mejoría, se marchó – una vez más - a su domicilio a donde sanar de su mal. Pasaron días y más días, y cuando ya algunos hasta habían comenzado a olvidar que trabajaba allí, volvió a recibirse una llamada de nuestro hombre, anunciando que en breve plazo sería dado de alta.

Transcurrió otra semana antes de que tal evento sucediera, y cuando por fin ocurrió, se presentó en el trabajo cariacontecido y ojeroso, de forma que todos advirtieron que algo extraño había sucedido.

Al preguntarle cuál era la causa de tal deplorable apariencia explicó - con expresión lastimera - que su padre había fallecido, súbitamente, el día anterior. Todos, sin excepción, se aprestaron a darle el pésame, a la par que manifestaron su extrañeza, del por que había venido aquel día a trabajar, cuando según acabó por confesar, le habían enterrado poco antes.

Como es natural, se le dieron libres los días que fuesen necesarios para arreglar su terrible situación familiar, pues según manifestó - también entre muestras de compungimiento - su madre había quedado totalmente sola, ya que no hacía mucho, su único hermano menor, había sido muerto por un grupo de violentos skins, en una calle de Barcelona.

Semejante sucesión de hechos, a cuál más triste, hubiesen hecho trizas el corazón de la más despiadada de las hienas, y por eso, todos en la empresa, con un nudo en la garganta, hicieron suyo el profundo drama de aquel hombre.

Hubiese parecido de enorme bajeza moral, fijarle plazo de retorno al trabajo ante tamaño cúmulo de desgracias, y por eso, no se habló de tal eventualidad, y nuestro hombre, entre abrazos y golpes en la espalda, como muestras de consuelo, se marchó – por enésima vez - a su casa.

Nadie volvió a verle en los días siguientes, y había transcurrido ya casi una semana, cuando el dueño del negocio vio en la calle, a la madre de nuestro héroe - y reciente viuda - cuando tomaba un taxi.

Tal y como manda la educación se dirigió a ella, para darle su más sentido pésame, por la repentina muerte de su esposo, que además acontecía, tras la no menos dolorosa de su hijo menor. La buena mujer miró al empresario, primero con sorpresa, y luego casi con indignación y le dijo:

- No sé de que me está usted hablando, caballero, mi esposo es este señor que me acompaña, y que como puede ver esta bien vivo, en cuanto a mi hijo, ha de saber que solamente tengo uno, que es el que trabaja en su empresa, así que no entiendo en absoluto sus palabras...

Con un palmo de narices quedó nuestro educado hombre, el cual una vez repuesto del prodigioso ridículo, se aprestó a preparar el despido de su rácano empleado.

Días después acudió a recibir su cese y finiquito, sin que en su persona se advirtiese síntoma alguno de los muchos achaques padecidos.

El contable comentó con el dueño tan espectacular cambio, y el empresario jocosamente contestó: - Eso no tiene la más mínima importancia, debe haber acudido a curarse, al mismo médico que hace solo unos días, resucitó a su padre.

Nunca más supieron en la empresa del eterno absentista, aunque todos suponen que – por unos días sin trabajar – debe seguir asesinando impunemente por ahí, a toda su familia.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)       

2 comentarios:

  1. Ese tiene más cara que espaldas. Una pregunta inocente ¿no estará, por casual, en la cúpula de algún partido político de estos que 'trabajan' para el bien de los demás, verdad?

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    1. Pues la verdad Pepe, es que le perdí la pista y tampoco tengo excesivas ganas de encontrala, pero no me extrañaría lo más mínimo. Esos vagos inútiles, suelen medrar muy bien en tales lugares...

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