viernes, 25 de marzo de 2016

Álora, el día de la despedía



El día de Viernes Santo, en mi tierra  de Álora - allá por los años cincuenta y sesenta - desde primeras horas de la mañana, se veían llegar al pueblo a los “lagareños”, ataviados con sus mejores prendas
.
Ellas, con sus más preciadas galas, muchas diseñadas y cosidas con sus propias manos, lo que las daba el aspecto de todo lo doméstico. Ellos, con su traje de los domingos - y único que tenían además del de faena - y zapatos nuevos y normalmente estrechos.

Los habitantes “del luga” - como se conocían a los que residían en el pueblo - no se quedaban atrás en indumento y, sacando cada uno de su armario su mejor terno, salían a la calle a disfrutar del día grande de la Semana Santa, que no era otro que el Día de la Despedía.

-“Quiyo, ¿ande vas ?”
– preguntaba alguien ­   -“¿Ande viai ? (1)... ¡a la Cespeia!” - contestaba el aludido, como si la pregunta hubiese sido casi una ofensa.

Pero antes de hablar de tan singular y típica fiesta, quiero hacer una pequeña glosa de lo que la Semana Santa significaba, en aquella época en mi tierra.

El pueblo, que siempre solía - ante cualquier tema - dividirse en dos facciones rivales e irreconciliables, en esto de las cofradías actuaba de la misma forma. Desde un mes antes, y hasta una semana después del evento, todos eran o de Jesús - cofradía del Cristo Nazareno - o de Dolores - la Virgen Dolorosa - de forma, que el que no se sentía plenamente identificado con ninguna de las dos posiciones – como era mi caso – resultaba sospechoso para ambas, y no contaba con ningún verdadero amigo, durante todo el ciclo de pasión.

Los seguidores de Jesús, vestían túnica morada, y eran los “berenjenas” para sus rivales. Los cofrades de Dolores la llevaban negra y se les conocía como los “curianas” por los otros.

Durante los días centrales de la fiesta, los de Jesús evitaban hasta comprar en una tienda de gente de Dolores y viceversa, e incluso había novios, con familias de facciones diferentes, que cuando llegaba la festividad - como si se tratase de Montescos y Capuletos - dejaban de verse, y cerraban filas alrededor de sus respectivas familias.

Algunos de estos noviazgos - en fase aún de larva - no llegaron a superar el trámite de la Semana Santa sin partir peras, y los que arraigaron, tras el matrimonio, hubieron de decantarse por seguir la inclinación de uno de los dos, lo cual – al menos por esos días – traían complicaciones seguras con la familia política.

Las dos cofradías, desfilaban en la noche del jueves por las calles de la localidad, en primer lugar la de Jesús y tras ella - como la tradición marcaba - la cofradía rival, y - como era natural - procuraban rivalizar en todo, desde la banda de música hasta, túnicas, estandartes y velones.

Tras el ritual de las saetas, y alguna frase entre irrespetuosa y exaltada, como: “¡Eres más guapa que la madre que te parió...!” dirigida a la Virgen, o alguna otra al Nazareno, a veces con referencia escatológica a su santa madre, los pasos procesionales acababan por recogerse, más allá de la una de la madrugada.

No podía alargarse mucho el desfile, ya que el día siguiente era la fiesta grande, la prueba de fuerza, el reto anual. Era  - en suma - el día de la despedía.

El Viernes Santo, en la plaza de abajo, desde las ocho de la mañana, no cabía ni un alfiler. En un extremo, se situaba el trono de Jesús y en el opuesto el de Dolores, los cuales y aunque se les había aligerado de peso, seguían teniendo varios cientos de kilos de tara.

En un momento dado, las dos bandas de música empezaban a tocar a pleno pulmón, generalmente piezas distintas, con lo que el guirigay estaba asegurado. Mientras - por el centro de la plaza - los pasos se aproximaban uno al otro.

Cuándo se hallaban a escasos metros, los costaleros de la parte delantera de los tronos, hincaban la rodilla en tierra y la imagen - y todo el conjunto con ella - hacían una especie de reverencia al otro trono, el cual realizaba la misma operación, que era correspondida en forma alternativa, una y otra vez, hasta que uno de ellos, decidía retirarse del torneo.

Mientras, las campanas de la iglesia, tocaban todas arrebato y las dos bandas de música, atacaban al unísono el himno nacional, lo que hacía derramar torrentes de lágrimas de emoción, a devotos e histéricos varios, que a los gritos de: ¡Viva nuestro padre Jesús de las Torres! o ¡Viva María Santísima de los Dolores!, acompañaban a sus imágenes preferidas, hasta su templo expiatorio, mientras todos comentaban que – naturalmente - aquel año en la lid, habían ganado ellos.

La ceremonia, año tras año se repetía – y se repite hoy - en la misma forma descrita y con idéntico resultado final.

En una ocasión, uno de los costaleros de la Virgen, en pleno ejercicio físico durante la bajada y subida de tantos kilos, se hizo sus necesidades mayores en el puesto de trabajo, motivado más que por el esfuerzo - con ser este considerable - por los latigazos mortificadores, que durante la noche y madrugada se había dado - a base de cazalla y chichón - y que con el vientre no demasiado lleno, habían realizado milagros laxantes en su persona.

La cosa fue, que por la plaza, se corrió al poco la voz de lo ocurrido bajo el trono de Dolores, y cuando se terminó la ceremonia, a la consabida pregunta de quien había ganado aquel año, un incondicional de la cofradía de Jesús dijo a voz en grito; ¿Pues quien va a ganar…?. ¡Jesús!, ¿No ves que la virgen hasta se ha cagao...?.

En todos los años de los que tengo recuerdo, en mi pueblo, la despedía siempre ha sido ganada - a la vez-  por Jesús y Dolores.

Si vas hoy a verla, lo verás..

J.M. Hidalgo  (Historias de Gente Singular)

(1) Ande viai.= ¿Donde voy a ir...?

           

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