lunes, 28 de marzo de 2016

El Bromista



Era una de esas personas con las que resulta imposible aburrirse. Una de las que es capaz de elevar el tono de una fiesta que decae, y en cuyo derredor se concentran siempre risas y jovialidades.

No debemos pensar, sin embargo, que Blas Fontanal fuese un bufón en el sentido despectivo de esta palabra, antes al contrario, tenía un humor - aunque mundano - selecto y selectivo, del que hacía partícipe solo a sus amigos con los que disfrutaba con sus chistes y ocurrencias.

Pero Blas sentía, además, una debilidad irreprimible por gastar bromas, por lo general siempre inocentes, y de las que hacía blanco a personas normalmente desconocidas.

Frabajaba en el Departamento de Inmigración del Aeropuerto de Barcelona, en el control de pasaportes, allá por la década de los años sesenta, cuando España comenzaba su “milagro económico” mimando a sus turistas, a los que contaba por millones, ya que estos constituían su principal, y casi única industria, y aunque era sin chimeneas, propició en unas décadas, el llamado “milagro español”, del que durante años siguió viviendo este país.

Fontanal, que no conocía otra lengua que la de Cervantes, elegía cuidadosamente y - precisamente entre los turistas - a las víctimas de sus inocentes bromas, de entre aquellos que respondían al claro estereotipo, de una raza o nacionalidad en concreto, y que presumiblemente por ello no sabían ni una palabra de castellano.

Me explicaré con detalle, para una mejor comprensión de lo que acabo de decir. Cuando se aproximaba a su puesto de trabajo, pasaporte en mano, un ciudadano vistiendo - pongamos por caso -  ropas típicas musulmanas, Fontanal, con la más amplia de sus sonrisas y exagerando el acento de sus palabras, de forma que pareciese hablar en árabe, le decía: -¿Jàmas tu jamón, Mohamed...? -  u otra expresión similar.

El aludido, que - como es lógico - no había entendido ni jota de la frase, pensando que seguramente se trataba de un mal conocimiento de su lengua, respondía a su interlocutor, con un saludo en su idioma y la mejor de sus sonrisas, mientras este, como si tal cosa, continuaba tranquilamente su labor.

Pero tantas veces va el cántaro a la fuente, que en una de ellas acaba por romperse, y eso fue lo que un buen día acaeció a Fontanal.

Una tarde, se acercó hasta el punto de control un ciudadano japonés, de mediana edad, vestido a la usanza oriental, al que seguía - a los pasos reglamentarios que su tradición establece - su esposa, también ataviada con el traje típico de su país.

Nuestro amigo Blas calibró rápidamente la situación, se encontraba ante la persona perfecta para su acción, y mientras - tras examinarlo brevemente - estampaba un sello de control en el pasaporte del oriental, y acto seguido dibujaba en su semblante su sempiterna sonrisa, le dijo con un acento que recordaba - de alguna forma - el idioma japonés:

-¡Señol! ¡Está  loca la pelota... está loca la pelota!

El nipón, inclinó suavemente su cabeza, como suelen hacer los de su raza al saludar, y mientras devolvía a Fontanal  la sonrisa, le contestó en perfecto castellano:

- No señor, la pelota no está loca... El que está loco es usted...

Y tras recoger sus documentos, se dirigió hacia la salida, seguido a corta distancia por su mujer y dejando - por breves instantes - desconcertado a nuestro hombre que, no obstante, al poco recobró su natural ser, y con su habitual buen humor contó a todos lo sucedido, sin el más leve atisbo - por su parte - de sentirse en ridículo.

¿Acaso piensas – querido lector -  que aprendió la lección?  Nada de eso, pocos días después de sucedido lo que se acaba de contar, le sorprendí mientras se dirigía a un grueso y rubicundo pasajero de aspecto germánico, al que con un tono de voz que intentaba imitar al alemán, le decía siempre sonriente:

-¿Podría aclararme sí, “suban, estrujen, bajen”, quiere decir tranvía en alemán…?

Definitivamente, no tenía remedio.

J. M. Hidalgo (Historias de ente Singular)

2 comentarios:

  1. A mí siempre la gracia me ha parecido un don de Dios, como a otros le da el saber pintar o el saber cantar; a estos graciosillos yo los coloco en otro sitio...

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