miércoles, 4 de mayo de 2016

El movil


Dentro de poco, al paso que vamos en la evolución tecnológica, hechos que suceden en este campo por la mañana, ya van a dejar de ser noticia por la tarde, por encontrarse desfasados.

La historia que voy a contar, no llega a tanto, pero todo es cuestión de tiempo, porque aunque ocurrió hace tan solo quince años, suena ya a rancio, y desde luego para algunos, no tendrá mucho sentido, sin hacer antes un esfuerzo de situación.

Es posible que recuerdes los primeros teléfonos móviles. Para poseer uno de aquellos aparatos se requería, en primer lugar, una desahogada posición económica, ya que el equipo costaba algo más de quinientas mil pesetas - unos tres mil euros actuales - pero - además de dinero - se había de tener una notable fuerza física, porque el artilugio, iba provisto de un soporte, tamaño maleta, repleto, de un número variable de baterías, cuyo peso total era - en los primeros modelos - superior a cinco kilos.

Una vez provisto de todo este equipo, se planteaba el problema de la recepción telefónica, que dependía en gran medida de la casualidad. Cuando no fallaban las pilas, pese a su cantidad, lo hacía el aparato, y si ambas cosas marchaban, renqueaba la autonomía, apareciendo, a menudo, como “fuera de cobertura”.

Pero todo eso es ya agua pasada, los móviles hoy, han evolucionado, se han extendido tanto y han llegado a tanta gente, que hasta el que esto te escribe tiene uno casi de última generación.

Por cierto, que el otro día con mi aparato a la cintura, asistí a un funeral, y en los escasos treinta minutos, en que tardó el cura en enjaretar el alma del muerto para el más allá, sonaron no menos de cinco teléfonos, de entre los escasos cuarenta asistentes al acto. Momento hubo, cuando ya íbamos por la tercera llamada, en que no pude menos de pensar, aunque suene un poco irrespetuoso, si alguna de ellas no iría dirigida al difunto.

Hay malas lenguas que dicen, que muchas de estas llamadas son programadas, y que  fulano de tal, poco antes de salir de su despacho, hacia un lugar en donde hay audiencia - bar, restaurante o similar - dice a la secretaria; - Dentro de diez minutos, llámeme al móvil y me cuenta como sigue todo...

Por supuesto que él ya sabe, que todo va a estar igual, entre otras cosas, porque en su oficina, no pasa nada importante desde el día en que la inauguraron, pero cuando el teléfono llama, tras dejarlo sonar varias veces, para que todos sepan que él es el llamado, con gesto de suficiencia, aclara a sus oyentes próximos -Debe ser del trabajo, no pueden pasar ni una hora sin mi  - y ya, psíquicamente realizado, continua con la tertulia.

Estos sujetos - que han proliferado tanto últimamente, como setas después de una lluvia de otoño - suelen actuar en los más variados escenarios. Hace poco, tuve necesidad de hacer un viaje en avión a Madrid. A la llegada - primera hora de la mañana - el silencio era común denominador en el autobús de desembarque, atestado de pasajeros, hasta que una potente voz nos despertó a todos -¡Purita - vociferó un energúmeno móvil en mano - soy Don Tomás ¿estás ya ahí…?!

La otra debió decir, que si no, a ver quien le contestaba, y él, con igual tono aclaró. -Es que acabo de llegar y voy para allá.  El mensaje, salvo que la secretaria debiese tener preparado algo muy especial, que solo ella y él sabían, no tenía mucho sentido.

No quiero seguir con las anécdotas, porque seguramente tú, amigo lector, aún sepas más que yo. Por eso quiero ceñirme al tema, so pena de enfadar al director de la revista, si me excedo en el espacio asignado.

Alberto era y es viajante de comercio, y le encanta bromear. Hace unos nueve años, trabajaba en la zona alta de Barcelona, en donde abundaban ya los móviles de primera generación, a los que él, con su sueldo, ni soñaba alcanzar. Esto, sin embargo, no fue óbice para que tuviese uno. Lo compró en una casa de juguetes, y en el aspecto exterior era en todo igual al auténtico.

Aún no estaba prohibido hablar por teléfono mientras se conducía, por lo que era muy común ver en los semáforos, ventanilla abierta y voz en grito, a los potentados hablando por sus  móviles.

Nuestro personaje, no más veía a uno de ellos, acercaba su utilitario - con nombre de una especie de osos en peligro de extinción - al siempre ostentoso coche, y mostrando su “teléfono móvil”, simulaba estar entablando una conversación.

En unos segundo, y pretextando haber recibido de su interlocutor, una frase inconveniente o una noticia adversa, comenzaba a gritar como un poseso, demostrando un enorme enfado, y justo cuando el semáforo cambiaba al color verde, arrancaba como un meteoro, tras arrojar por la ventanilla, lejos de si, el aparato.

El del automóvil contiguo, quedaba mudo de asombro, sin entender como un personaje, con un coche de aquella calidad, pudiese permitirse el lujo de tirar a la calle de aquella forma, medio millón de pesetas.

Naturalmente nuestro hombre, daba la vuelta en la siguiente esquina, y volvía a recoger el teléfono de pega - que en más de una ocasión perdió - para continuar con su inocente broma.

Hoy Alberto tiene - como no - un teléfono móvil auténtico, el cual, y aunque se lo han regalado en la promoción de unos grandes almacenes, cuida con esmero, para - como casi todos - hacer el tonto por ahí.
  
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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