viernes, 6 de mayo de 2016

El patriota


En el pueblo del sur donde vivía - cerca de la frontera con Gibraltar - Eladio era tenido por un patriota furibundo. Sobre su camisa llevaba prendida, una pequeña bandera nacional, que también lucía en la cadena de su reloj de pulsera, y en la visera de la gorra, que para resguardarse del ardiente sol de su tierra, solía llevar siempre puesta.

En su casa - atestada de signos, banderas y escudos nacionales - solo faltaba sobre el dintel de entrada la frase “Todo por la patria”, para haber rematado el cuadro, idea que - seguramente - había pasado más de una vez, por la mente de nuestro hombre.

Transcurría la década de los años sesenta del pasado siglo, y entonces, era más que frecuente que el régimen político imperante, al objeto de distraer la atención del paisanaje de asuntos internos más preocupantes, dirigiese sus miras y discursos hacia la colonia británica de Gibraltar, reivindicando su inmediato retorno, al redil patrio.

Eladio, había participado en cuantos actos, concentraciones y mítines se celebraban por esta causa, siempre en primera fila - lo que no sorprendió a nadie - pero lo que si llamó poderosamente la atención de todos, fue el día en que, montado en una bicicleta, atravesó la verja fronteriza en dirección a España, portando sobre el velocípedo, un saco casi lleno de una materia, que una vez abierto, resultó ser tierra.

- Hago esto - explicó a los que le vieron verter en suelo patrio el contenido del saco - en señal de protesta por la colonización. Cada día traeré uno, con tierra del peñón, y lo depositaré en nuestro país, adonde pertenece.

Desde aquella fecha y con la puntualidad de un reloj, no hubo día en que nuestro héroe, no franquease la línea fronteriza sobre su bicicleta, portando encima el consabido saco, que luego vaciaba, en el lado español.

Pasadas las primeras semanas, todo el mundo se acostumbró a la rutina, y aparte los comentarios que sobre su estado de salud mental empezaban a oírse, nadie hacía un caso excesivo de Eladio, que con la paciencia de una araña, continuaba, día tras día, incansable en su labor.

Pero en estas, jubilaron al administrador de la aduana española, al que sustituyó un dinámico funcionario, que en pocas fechas, cambió de arriba a abajo, los métodos de trabajo de su nuevo destino.

Poco tardó en advertir los diarios pases fronterizos de Eladio, por lo que indagó de su gente, las razones de su extraño proceder, siendo informado por estos, que se trataba de un inofensivo ciudadano, de cuya salud mental comenzaban a tenerse dudas en la comarca, que pretendía, nada más y nada menos, que acarrear, a golpe de saco y pedal, la roca gibraltareña a nuestro país.

El administrador, una vez supo la historia, esbozó una sonrisa, mientras susurraba a su interlocutor. - Este sujeto nos está engañando… y desde aquella fecha decidió ocuparse, personalmente del despacho aduanero de Eladio.

El primer día, le hizo vaciar el saco, y escudriñó hasta el más mínimo guijarro que contenía, otro se quedó con parte de la tierra y la mandó analizar, por si llevaba algún  tipo de sustancia mezclada con ella, días después fue el propio saco el que sería examinado minuciosamente; se desmontó el cuadro de la bicicleta, se miraron los tubos por dentro, se desinflaron los neumáticos por si escondían algo en su interior…pero, nada de nada.

Un día tras otro, Eladio, que se prestaba de buen grado a la inspección que se le quisiese hacer, pasaba su saco de tierra británica a suelo español, con lo que cada día - según sus propias palabras - los ingleses tenían un poco menos de colonia.

No obstante, el administrador - que por aduanero era a la vez desconfiado y escéptico - pensando que lo del amor patrio era pura filfa, y estaba siendo objeto de un engaño, que no era capaz de descubrir, se sintió herido en su amor propio, y tras llamar a su despacho a nuestro personaje e invitarle a sentarse, comenzó a preguntarle - intentando ganarse su confianza - por el motivo de su conducta, que cuando menos - argumentó - la parecía muy extraña.

Eladio, volvió a endilgarle el cuento, que tan ensayado tenía, del amor patrio, el honor nacional ultrajado, su deseo de restitución y un largo etcétera patriotero, hasta que, cansado el funcionario le interrumpió para decirle.

- Mire usted señor, ambos sabemos que está defraudando a la aduana. Bien, de acuerdo, reconozco que no hemos sabido como lo hace, pero yo le prometo, que si me dice que contrabando está pasando todos los días, no tomaré ninguna medida contra usted, y además haré la vista gorda en lo sucesivo. Pero, por favor, dígame que es lo que realmente hace...

Eladio, tentado quizás por la rendición incondicional que ante él planteaba la administración, y traicionado por su vanidad, con una sonrisa de satisfacción, contestó al administrador.

 -Verá, yo lo que paso cada día, es una bicicleta.


Pese a las promesas del aduanero, a partir de entonces, el trasiego fronterizo diario de Eladio, se vio bruscamente interrumpido, y como consecuencia de ello, también se redujo, en bastantes grados, su temperatura y fervor patrióticos.

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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