martes, 10 de mayo de 2016

El pene


El hombre, no importa de que época, ni tampoco con que edad, ha vivido siempre obsesionado por su pene.

Todo empieza en la infancia, cuando siendo niño se está siempre preguntando, el por qué él tiene algo que sus hermanas, sus primas, o el resto de las niñas no tienen.

No mejoran las cosas durante la adolescencia, en donde el varón pasa su tiempo observando la evolución de “aquello”, y haciendo comparaciones con el de los demás, pues cuando en algún vestuario coincide con otros de su edad, todos ven el suyo más corto, más pequeño, o más raro que el del resto con los que se compara.

Y por fin llega, la edad adulta del macho de la especie, y culmen de su desarrollo intelectual, y en ella, lejos de desaparecer las obsesiones, fobias y complejos relacionados con el miembro viril, estas se acrecientan y convierten en tema de debates, que  lo son en tono de competición con otros especímenes de su género; de terror ante lo que opinen de él las representantes del sexo opuesto; y de angustia constante ante si mismos, por el pánico permanente a que - un mal día - su preciado adminículo, no sea capaz de estar a la altura de lo que se le demanda, quedando su reputación - como hombre - siempre a resultas de su actuación.

Por ello no es extraño, que varones hechos y derechos, y con profesiones y cargos eminentes – que ante esto del cipote nada obsta – serían capaces de dar hasta lo que no tienen, por poseer un glande de dos palmos de longitud, y el calibre de una lata de cerveza, aunque solo fuera para exhibirlo ante ellos mismos - como los pavos reales sus plumas - ya que semejante probóscide, sería inútil para las funciones a que dicho órgano suele dedicarse, quedando reducida solo a su cometido originario, es decir mear.

Y esto lo digo basándome en lo que un día, un amigo urólogo - que se pasaba la vida viendo rabos - me confesó sobre el drama de tener un bálano de tamaño extra-grande, y es que – según decía – a partir de los treinta y pocos años, no hay sangre suficiente en el cuerpo, para poner en situación de presenten armas, al importantísimo órgano, siendo inútiles – continuaba argumentando - cuantos remedios al uso existen para conseguir tal objetivo.

Como mi amigo pasaba de los cuarenta, y esta confidencia la hacía cuando aún no se había descubierto la Viagra, comprendí sin mucha indagatoria, a quién hacía alusión con tanta amargura.

Parece - además - que la obsesión por el tamaño de los atributos sexuales primarios, es exclusivamente masculina, pues al menos yo no sé, de ninguna tertulia de mujeres en la que estas alardeen, de tener la vagina más grande, o más profunda, que el resto de las féminas, a ellas - en cambio - lo que les trae por la calle de la amargura, es la forma y tamaño de sus tetas.

Hago toda esta previa – amigo lector - al objeto de ponerte en situación y así poder contarte lo que a su vez me contó Basilio. Sostiene nuestro hombre, que él habla con su pene, lo cual no me extraña, pues sé de más de uno que lo hace, e incluso piensa más la cabeza de su verga que la suya propia, ya que actúan por lo que aquella les dice.

Sin embargo, lo más sorprendente - en el caso de Basilio - es que afirma que su miembro le contesta, e incluso le hace confidencias.

Cuando Basilio dice tales cosas, suele haber apurado ya más de media botella de orujo, y sus ojos comienzan a brillar como luminarias. En tal estado, me confesó un día, que su falo le había plantado cara, negándose - de no recibir más atenciones - a desempeñar sus funciones, por los siguientes motivos:

-Porque realiza trabajo físico, a grandes profundidades y va siempre de cabeza.
-Por no disfrutar de descanso semanal, ni días festivos, siendo precisamente los fines de semana y festivos, cuando más trabaja.
 -Porque su local de trabajo es extremadamente húmedo, oscuro y sin ventilación.
-Por no cobrar horas extras ni nocturnidad, pese a ser su jornada casi siempre de noche.
-Por trabajar a altas temperaturas, y estar expuesto a enfermedades contagiosas.
-Porque el lugar de trabajo huele tanto a pescado, que casi siempre acaba vomitando.


Mientras se escanciaba un par de nuevas raciones de orujo, me explicó las razones que - por su parte - esgrimió ante su miembro, para justificar su negativa:

-Jamás ha trabajado las ocho horas reglamentarias, durmiéndose con frecuencia - tras una corta actividad - en el mismo puesto de trabajo.
-En innumerables ocasiones, ha defraudado las expectativas de la patronal.
-No siempre acude fielmente a su lugar de trabajo, y suele meterse en otros departamentos.
-Carece de iniciativa y la mayoría de las veces - para que labore - hay que estimularlo y presionarlo.
-Al terminar su faena es muy descuidado en la limpieza y el orden en su lugar de trabajo.
-En muchas ocasiones se retira de su puesto, teniendo aún bastante tarea pendiente
-Casi nunca esta dispuesto a doblar turnos, y por lo general se acoge a la jubilación anticipada.
-Y para colmo, se le ve constantemente entrar y salir de su lugar de trabajo, con dos bolsas sospechosas.


En plena carcajada, y mientras Basilio pasaba de los brazos de Baco a los de Morfeo, pensé que ningún pene – con esas condiciones – tendrá jamás el aumento de sueldo solicitado.   

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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