sábado, 14 de mayo de 2016

El repollo


Agapito, había presumido de siempre de ser un hombre “muy leído y muy escribido”, quiero decir  - naturalmente - que se las daba de culto.

Aunque, para ser rigurosamente sinceros, durante su etapa escolar, no había pasado de lo que en su época era la enciclopedia de primera enseñanza, en donde se aprendía desde religión a matemáticas, en un solo libro.

Pero, como en el país de los ciegos el tuerto es rey, Agapito, que había continuado leyendo de aquí y de allá, sin orden ni método, todo lo que juzgaba interesante, terminó por adquirir unos conocimientos desordenados en tiempo y espacio, que le llevaban a pronunciar a veces frases geniales, mientras en otras ocasiones - las  más - incurría en monumentales pifias, que cuando sus interlocutores eran cultos, hacían desternillarse de risa al auditorio.

En su ambiente cotidiano, asumía el papel de persona preparada, manteniendo para ello una estudiada distancia y una actitud de suficiencia, ante aquello que desconocía - que era mucho - como si estuviese de vuelta de todo, y en lugar de preguntar lo que ignoraba, se mostraba siempre indiferente, lo cual, a ojos de alguien que no le conociese bien, podía pasar por saber e inteligencia cuando era en realidad  una actitud de defensa, para esconder su profundísimo desconocimiento.

Ejemplo de esto, fue un día en que hubo de ir a la ciudad y recibió de su mujer el encargo de adquirir bacalao. Nuestro hombre, con su característico aire de superioridad, entró en el comercio y mirando por encima del hombro al dependiente le dijo:

-Óigame, buen hombre, haga el favor de despacharme dos kilos de “bacalado”, del mejor que tenga.


El empleado, mientras se aprestaba a servir lo solicitado, le aclaró: - Este "bacalao", es de la mejor calidad señor, y en tanto hablaba, remarcaba la pronunciación de la palabra, con ánimo de corregir lo dicho por Agapito.

Nuestro personaje, advirtiendo el tono un poco burlón de su interlocutor, sin inmutarse lo más mínimo, miró a este de soslayo, y le espetó categórico:

-No sé si sabe usted, buen hombre, que al tratarse de una palabra singular y esdrújula, se pronuncia tal y como yo he dicho
- y sin esperar respuesta, salió del comercio con su encargo bajo el brazo, como si con su frase hubiese creado escuela, mientras el dependiente, desconcertado, trataba de descifrar, que es lo que había querido decir.

Pero la más curiosa, de sus anécdotas le sucedió en un viaje que hubo de realizar a Galicia.

La verdad, es que no tenía costumbre de viajar mucho, y en aquellas tierras se sentía algo extraño, pero tal y como era su norma, adoptó su típica actitud distante ante todo, con lo que a partir de aquel momento, para unos daba la impresión de inteligente y para otros de semi lelo.

Se alojó en una pensión de medio pelo, en una calleja del casco antiguo de la ciudad, en la que por un módico precio, ofrecían, además de la habitación, una comida “casera y abundante”, y con tales premisas, se sentó el primer día en el comedor, y ojeó la carta, que manuscrita en una hoja de libreta, se hallaba sobre la mesa.

De entre todos, un plato llamó de seguida su atención. “Repollo al estilo de Galicia”, podía leerse en una cuidada caligrafía redondilla. Agapito, no había oído nunca hablar de semejante cosa y en contra de lo que hubiese hecho cualquier persona, es decir preguntar, esta posibilidad no pasó ni tan siquiera por sus mientes, y como siempre, decidió contestarse él mismo. - Debe tratarse - pensó para si - de un pollo criado en forma especial, seguramente de otra raza, además, cuando dice repollo, es porque será un animal fuera de serie.

Decidido tras la reflexión, hizo al camarero la comanda; de primero sopa de picadillo, y como segundo, el desconocido y seguramente suculento repollo.

La sopa la tomó rápidamente, porque estaba ansioso, imaginando las exquisiteces y delicias del manjar elegido, guisado además - de seguro - en forma exótica, ¡Que pollo debía ser, para que mereciese tal calificativo !.

Terminado el primer plato, volvió el camarero a la mesa, y con una amable sonrisa, depositó sobre ella una fuente a rebosar, de humeante verdura  recién guisada.

Nuestro personaje, miró casi despectivamente al empleado, mientras le preguntó: -Pero bueno… ¿donde está el repollo?

Con una mirada de incredulidad, el camarero contestó, mientras señalaba el plato. – Lo tiene usted  sobre la mesa señor, ¿acaso no está a su gusto?.

Agapito, sin levantar tan siquiera la vista, por lo bajo, se contestó a si mismo.

-¡Coño…pero si esto en mi tierra son coles...! y tal y como tenía por costumbre, sin dar muestra alguna de asombro para no evidenciar su ignorancia, acabó por comerse - con la mayor naturalidad - todo el contenido de su plato.

 J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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